Y llegó la Navidá
Yo soy un tipo de pueblo pero por los pelos; de hecho no soy de monte por una cuestión de 150 metros sobre poco más o menos. Y en el pueblo sigo. Supongo que debido a esto, cuando viajo a una ciudad grande –en este caso Valencia- el impacto navideño que sufro es más acusado que en otras personas más cosmopolitas. Esas luces, esas sonrisas un poquito psicóticas en la gente cargada de bolsas llenas de comida, que en un milagro de multiplicación lo único que ha multiplicado es su precio y regalos de esos de X´99 €. Pero no es eso lo que transportó a mi hilo de pensamiento hasta la teoría que en seguida expondré. La culpa fue de la decoración de un centro comercial junto a la estación de autobuses: Era la representación de una especie de belén tal y como lo imaginaría un psicópata con mal gusto. Todo lucecitas de colores, intermitencias y deslumbres para mis ojos poco acostumbrados a tanto despliegue. Y claro, el pensamiento que siguio a semejante visión no podía ser otro: joder Lvisen –me dije-, si Aquél que nació, se supone que para redimir nuestros pecados y toda esa mandanga viera eso, se le caían las filacterias del mismo susto. Porque yo, ateo como soy, tengo mi educación religiosa como casi todo hijo de vecino en este país. Y lo que el cura de mi pueblo enseñaba era que estas eran unas fiestas de reconciliación, buena voluntad, villancicos y todo ese rollo. Pero del consumismo y neoliberalismos salvajes, oye, no dijo nada. Entonces, pensando pensando, sin comerlo ni beberlo, surgió
La Teoría Navideña.
Ese tal Jesús, que según todos los indicios era un buen tipo y tal, nunca podría estar de acuerdo con esto. ¡Coño! Él expulsó a gorrazos a los mercaderes del Templo. Algo no cuadra. Pero yo, arriesgando levemente mi pellejo, y a peligro de que los hombres de negro (esos de la voz untuosa y el alzacuellos) me capen, o me excomulguen, o algo, he encontrado y comunico al mundo la explicación que explica (valga eso) por qué estas fiestas son como son.
33 años despues del antihigiénico Nacimiento en un establo, nuestro protagonista fue debidamente torturado, machacado y crucificado –en principio- para expiar nuestros pecados que, a esas alturas debían de ser ya muchos. Prometio que resucitaría al tercer día para subir a los cielos con su padre (que por alguna razón que nunca he logrado desentrañar era él mismo junto con un pájaro), y alguien resucitó, pero no fue ese hombre bueno. Como todos recordaréis Jesús no murio solo en el Gólgota. Estaba acompañado, a la derecha por Dimas (el buen ladrón) y a la izquierda por Gestas (el ladrón que no quiso arrepentirse). Supongo que en esa época la… llamémosla estructura burocrática del Cielo no estaba montada del todo, y tuvo que ser El Inefable quien cursó y delegó de forma imperfecta la resurrección de su Hijo Predilecto muerto a manos de sus otros hijos. Bueno… imaginad la carga emoncional del asunto, un hijo recien muerto y todo eso, el caso es que El Inefable cometio algún tipo de error administrativo y, la resurrección, en vez de llegar a su destinatario le llegó al cabrón de Gestas y fue este quien subio a los Cielos y se apalancó a la Derecha del Padre. Y allá que se quedó, y por eso tenemos las navidades que tenemos. Algo que originalmente fue pensado como una fiesta de reconciliación se ha transformado, junto con San Calentín, en la fiesta del neoliberalismo más recalcitrante; porque vamos a ver ¿existe ladrón más cabrón e irredento que el neoliberalismo que, auxiliado por su hijo el márketing (padre de todas las frustraciones) roba a los pobres para dárselo a los ricos? Yo diría que no. Y claro, así nos va, así nos luce el pelo con esas sonrisas psicóticas y esas cargas de regalos que casi nunca nos podemos permitir.
Y la cosa no queda aquí, otro día hablaré del tal Papá Nöel, otro hijoputa vasallo de Gestas.
Pero eso será otro día.
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ISIS -
david -