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La triste historia de un hombre bueno

Allá por el año 280 de nuestra era nació un hombre bueno. Se llamaba Nicolás y con el tiempo, llegó a ser obispo de Licia en Asia Menor. Su fortuna al parecer, no era desdeñable, y el bueno de Nicolás la utilizaba para tratar de remediar las miserias ajenas. Eran, supongo, otros tiempos y la iglesia era más pura, estaba más cerca de su fuente. Tampoco debemos olvidar que Nicolás era, como ya he dicho un hombre bueno. Y su bondad lo convirtio en leyenda. Al morir alcanzó el que debe ser el rango máximo al que se puede aspirar en la jerarquía eclesiastica (aunque este rango esté últimamente un poco desprestigiado por sus más recientes adquisiciones) y lo hicieron santo subiendo a los altares como San Nicolás de Bari, ciudad donde descansan sus restos. Es el patrón de los marineros del Mediterráneo Oriental y tambien fue muy venerado por los marineros holandeses. La leyenda lo transformó tambien en protector de los niños y cuenta en su caché con algunas resurrecciones infantiles. Supongo que esto, unido al uso que daba a su fortuna, es lo que terminó transformando su figura en la de un santo bonachón que hace regalos. Su fiesta se celebra en los países germánicos el 6 de diciembre y es muy parecida a la fiesta de los Reyes Magos un mes despues. Allá se cuenta que cabalga en la noche montado en un corcel gris dejando regalos a los niños buenos y a los hombres de buena voluntad.

Cuentan que, a bordo de un barco colonizador holandés viajó a América y se instaló en Nueva Amsterdan (la actual isla de Manhattan). Fue allá donde su culto empezó a cambiar. Y tambien a corromperse. Despues de diversas vicisitudes, algunas de las cuales quedaron descritas por Washington Irving (famoso en nuestro país por sus Cuentos de la Alhambra) ocurrio algo que cambio la historia de Santa Claus (contracción de Sanctus Nicolaus): en la Navidad de 1930 fue adoptado por la Coca-Cola con gran éxito de público y crítica, un pelotazo de márketing en toda regla. Sin embargo sería el año siguiente y tras pasar por los pinceles del pintor publicitario Habdon Sundblom, cuando adoptó la forma que ha llegado hasta nuestros días: vestido de mamarracho con una especie de pijama blanco y rojo, los colores corporativos de la Coca-Cola y pinta de abuelete borrachín. A partir de entonces dejó de ser un santo de caridad para transformarse en todo lo contrario, el máximo patrón (seguido de cerca por San Calentín) del neoliberalismo más frio y despiadado. El que fue patrón de marineros lo es ahora de frustraciones. El que fue protector de niños los corrompe ahora con deseos vacíos, superficiales y muchas veces irrealizables mientras protege a multinacionales sin alma; la vendieron por un mayor margen de beneficios. El que fue un hombre bueno ha sido transformado en un hijo de puta.

Los huesos del buen San Nicolás se remueven en su tumba. Parapsicólogos de todo el mundo mundial y grabadores de psicofonías varias, cuentan que aquello no parece la cripta de una catedral sino las maracas de Machín.

Admiro a San Nicolás como admiro a todos los hombres buenos, pero al hideputa de Papá Nöel no le dejo entrar en mi casa. Aquí vienen los Reyes Magos como han venido toda la vida, y si bien es verdad que tambien se han transformado unos cabrones, que han sido corrompidos por la publicidad y la firme voluntad de sacarnos hasta el último céntimo, al menos estos son nuestros cabrones y no han venido importados entre las mercancías de un centro comercial.

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