El cronovisor.
Allá por el 1972, saltaba una curiosa noticia en todos los medios de comunicación. Un equipo científico, dirigido por un benedictino especialista en prepolifonía (que también, hay que ver en qué cosas se especializa la gente) había conseguido dar forma a un invento que venía llamado a revolucionar el mundo tal y como lo conocemos, etc etc. Se trataba nada más y nada menos que del Cronovisor, un cacharrejo que nos permitiría ver y escuchar personas y hechos ocurridos hace la leche de tiempo. Como ocurre siempre con estas cosas, el tema se sustentaba en incontrovertibles teorías científicas. En este caso, nada más y nada menos que en la primera ley de la termodinámica, la que habla de la conservación de la energía. Si damos por hecho que la energía no se crea ni se destruye, el cronovisor debería ser capaz de, como quien dice tirar del hilo, desenredar la madeja de energía remanente, y volver a codificar sonidos e imágenes del pasado para hacerlas perceptibles por nuestros imperfectos sentidos. No voy a contar la historia completa del cacharrejo porque es fácil encontrarla en la red. Solo comentaré aquí, muy sucintamente, cómo terminó (¿seguro que terminó?... titototin…totin…totin…). Que fué, ni más ni menos que como cabe esperar que termine cualquier buena historia de conspiranioias: Ese Vaticano que se acojona al ver el potencial del inventito de marras, esos servicios secretos que se alborotan, esa etiqueta de top-secret, esa órden del Papa de turno conminando a guardar silencio sobre el asunto, ese director del proyecto que (convenientemente) estira la pata. Vamos, lo de siempre.
Sin embargo, hoy no quiero hablar de ese desprestigiado cronovisor. No señor. Hoy, con grave riesgo para su bienamado pellejo, haciendo chakras sordos a los mensajes telepáticos de los hombres de negro que silencio avisan y amenazan miedo, Poquetacosa (o sea, yo) va a hablarles del Auténtico Cronovisor (mayúsculas reverenciales incluídas). Ese que los amantes del misterio misterioso, empeñados en que los árboles no les dejen ver el bosque, parecen no conocer.
El auténtico cronovisor, no es un proyecto secreto. Su uso y disfrute es libre y, en su versión más básica, gratuíto. Lo usamos continuamente, aunque para explotar todo su potencial necesitaremos una noche oscura y estrellada y un lugar sin demasiada contaminación lumínica. El auténtico cronovisor siempre ha estado ante nuestros ojos… de hecho son nuestros ojos. Sí, amigos y vecinos, nuestros ojos nos permiten asomarnos a las ominosas tenebrosidades (titototin… totin… totin…) del pasado. Su mecanismo también se fundamenta en un hecho científico, en el que que nos cuenta que la velocidad de la luz es finita, 300.000 Km/s sobre poco más o menos. ¿Cómo afecta esto a nuestro cronovisor? Pues sencillamente, en que si miramos lo suficientemente lejos podremos ver el pasado, por cada 300.000 Km que nuestra mirada se adentre en la distancia, también retrocederá un segundo en el tiempo. Vamos a explicar esto con unos ejemplos prácticos.
Si volvemos la vista hacia Sirio, sistema éste tan querido para el mundo magufo, no lo veremos tal y como es en la actualidad, la luz que nos llega de Sirio salió de allí, aproximadamente cuando el mundo del colorín, lloraba con esas lágrimas suyas tan parecidas a la saliva goteante de los carroñeros, la muerte de Lady Di. Pero eso es poco tiempo, nuestro cronovisor puede llegar más lejos. Si miramos hacia Regulus, la estrella α de la constelación de Leo estaremos viendo el tiempo en el que se hacía uno de los mayores descubrimientos de la egiptología y que quedó eclipsado por la inminencia de la II guerra mundial: el descubrimiento en Tanis, por parte del egiptólogo Pierre Monet, de la tumba de Psusenes I. Un faraón cuyo ajuar eclipsaba al del mismísimo Tutankamon, y que reinó hace 3.000 años. Durante su reinado ocurría el drama que podemos ver en la fotografía que ilustra esta entrada: la agónica muerte de una estrella, que tras consumir todo su combustible, expulsa al espacio su envoltura gaseosa dando lugar a lo que conocemos como NGC 6543, la nebulosa del ojo de gato para los amigos. Pero claro, para ver espectáculos como ese, nuestros queridos cronovisores necesitan aumentar su poder mediante ayuda óptica. Esa foto en particular fué sacada por el instrumento óptico más poderoso que tenemos a nuestra disposición en este momento: el telescopio espacial Hubble . Tiemblo al pensar lo que será capaz de mostrarnos el James Webb cuando entre en servicio. Pero volvamos a poner los pies en la tierra. Polaris, la estrella que nos muestra el norte, envió la luz que hoy vemos, durante el reinado de Felipe II, cuando los tercios españoles hacían temblar Europa y un tal Miguel de Cervantes daba por finalizada su carrera militar. Y podemos llegar aún más lejos. Mirando a la Nebulosa de Orión, nos adentramos 1.500 años en el pasado, 163.000 observando la Nube Mayor de Magallanes, 2,4 millones de años si miramos hacia la galaxia de Andrómeda. Esto a simple vista y sin ayuda. Un telescopio nos puede llevar más allá. Nos permitirá observar por ejemplo, el cúmolo de Virgo, un conjunto de galaxias que se encuentra a 50 millones de años luz. Si recurrimos al actual rey de los telescopios, el Hubble , la cosa ya da vértigo. Su famosa foto de campo profundo, nos muestra un conjunto de galaxias, tal y como eran hace 14.000 millones de años. A estas alturas, la enormidad de las distancias pone a prueba hasta a las mentes más abiertas.
El cronovisor, efectivamente existe; aunque la mayoría del tiempo lo dediquemos a la mezquina ocupación de observarnos el ombligo, lo tenemos a nuestra disposición, sin necesidad de mediums, ouijas, ni aparatejos raros vetados por el Vaticano, para mostrarnos las verdaderas maravillas del universo.
Sin embargo, hoy no quiero hablar de ese desprestigiado cronovisor. No señor. Hoy, con grave riesgo para su bienamado pellejo, haciendo chakras sordos a los mensajes telepáticos de los hombres de negro que silencio avisan y amenazan miedo, Poquetacosa (o sea, yo) va a hablarles del Auténtico Cronovisor (mayúsculas reverenciales incluídas). Ese que los amantes del misterio misterioso, empeñados en que los árboles no les dejen ver el bosque, parecen no conocer.
El auténtico cronovisor, no es un proyecto secreto. Su uso y disfrute es libre y, en su versión más básica, gratuíto. Lo usamos continuamente, aunque para explotar todo su potencial necesitaremos una noche oscura y estrellada y un lugar sin demasiada contaminación lumínica. El auténtico cronovisor siempre ha estado ante nuestros ojos… de hecho son nuestros ojos. Sí, amigos y vecinos, nuestros ojos nos permiten asomarnos a las ominosas tenebrosidades (titototin… totin… totin…) del pasado. Su mecanismo también se fundamenta en un hecho científico, en el que que nos cuenta que la velocidad de la luz es finita, 300.000 Km/s sobre poco más o menos. ¿Cómo afecta esto a nuestro cronovisor? Pues sencillamente, en que si miramos lo suficientemente lejos podremos ver el pasado, por cada 300.000 Km que nuestra mirada se adentre en la distancia, también retrocederá un segundo en el tiempo. Vamos a explicar esto con unos ejemplos prácticos.
Si volvemos la vista hacia Sirio, sistema éste tan querido para el mundo magufo, no lo veremos tal y como es en la actualidad, la luz que nos llega de Sirio salió de allí, aproximadamente cuando el mundo del colorín, lloraba con esas lágrimas suyas tan parecidas a la saliva goteante de los carroñeros, la muerte de Lady Di. Pero eso es poco tiempo, nuestro cronovisor puede llegar más lejos. Si miramos hacia Regulus, la estrella α de la constelación de Leo estaremos viendo el tiempo en el que se hacía uno de los mayores descubrimientos de la egiptología y que quedó eclipsado por la inminencia de la II guerra mundial: el descubrimiento en Tanis, por parte del egiptólogo Pierre Monet, de la tumba de Psusenes I. Un faraón cuyo ajuar eclipsaba al del mismísimo Tutankamon, y que reinó hace 3.000 años. Durante su reinado ocurría el drama que podemos ver en la fotografía que ilustra esta entrada: la agónica muerte de una estrella, que tras consumir todo su combustible, expulsa al espacio su envoltura gaseosa dando lugar a lo que conocemos como NGC 6543, la nebulosa del ojo de gato para los amigos. Pero claro, para ver espectáculos como ese, nuestros queridos cronovisores necesitan aumentar su poder mediante ayuda óptica. Esa foto en particular fué sacada por el instrumento óptico más poderoso que tenemos a nuestra disposición en este momento: el telescopio espacial Hubble . Tiemblo al pensar lo que será capaz de mostrarnos el James Webb cuando entre en servicio. Pero volvamos a poner los pies en la tierra. Polaris, la estrella que nos muestra el norte, envió la luz que hoy vemos, durante el reinado de Felipe II, cuando los tercios españoles hacían temblar Europa y un tal Miguel de Cervantes daba por finalizada su carrera militar. Y podemos llegar aún más lejos. Mirando a la Nebulosa de Orión, nos adentramos 1.500 años en el pasado, 163.000 observando la Nube Mayor de Magallanes, 2,4 millones de años si miramos hacia la galaxia de Andrómeda. Esto a simple vista y sin ayuda. Un telescopio nos puede llevar más allá. Nos permitirá observar por ejemplo, el cúmolo de Virgo, un conjunto de galaxias que se encuentra a 50 millones de años luz. Si recurrimos al actual rey de los telescopios, el Hubble , la cosa ya da vértigo. Su famosa foto de campo profundo, nos muestra un conjunto de galaxias, tal y como eran hace 14.000 millones de años. A estas alturas, la enormidad de las distancias pone a prueba hasta a las mentes más abiertas.
El cronovisor, efectivamente existe; aunque la mayoría del tiempo lo dediquemos a la mezquina ocupación de observarnos el ombligo, lo tenemos a nuestra disposición, sin necesidad de mediums, ouijas, ni aparatejos raros vetados por el Vaticano, para mostrarnos las verdaderas maravillas del universo.
12 comentarios
Jose -
carmen gias marin -
lena -
yosolo -
jason -
Anónimo -
MANOLORITO -
Orión -
Por favor que estamos en pleno siglo XXI, ya sé que el conocimiento implica dolor, y que la ignorancia es la filicidad... El cronovisor, es directamente proporcional a la chica de la curva e inversamente proporcional al cuadrado del "chupacabras" que los separa.
Amos a ver si empezamos a penesar por norosotros mismos, que el otro día me encontré con un ser gumano que decía que había vendido todo por que su "vidente" le dijo que a cambio de cobrarle 6000 euros le daría los números de la primi....
Ups, pero no le dijo que serían los números premiados en el anterior sorteo....
"Hay más cosas en el cielo de las que tu y yo podamos imaginar, Horacio".
( Y NO ME REFIERO A OVNIS NI CHORRADITAS DESAS, A VER SI ABRIMOS LOS OJOS ANTE LOS MAGUFOS QUE SE LUCRAN ENGAÑANDO A LA GENTE CON SUS LIBRITOS Y CHORRADITAS )
ARP
nela -
poquetacosa -
Aceptame un consejo. Nunca, pero nunca nunca te metas con albañiles.
Randi:
Desgraciadamente sí eres un elegido. La mayoría de la gente, cuando sale al campo por la noche no va a mirar las estrellas, va a buscar ovnis (tambien están los que han conseguido pillar cacho y no tienen piso, pero esa es otra historia). Se me ocurre que para consolarnos podríamos montar una antigua sociedad secreta. Podríamos llamarla Priorato de los Culos Congelados en Orión.
Randi -
manolo_elmas -
¿Ande has estao, nene, que se te echaba de menos?