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poquetacosa

¿Conocer la Ciencia?

Soy consciente del mundo en el que vivo. Un mundo en el que sentido común, responsabilidad, decencia y tantas otras cosas que consideramos buenas (sin comprender muy bien por qué , que esa es otra), son sacrificadas en los altares de más altos fines: Beneficio Grande y Rápido a costa de lo que sea. El idealismo hace tiempo que lo tengo ingresado en un hospital de cuidados paliativos, muy malito él, temiéndome que ocurra lo peor en cualquier momento. Ya no me rasgo las vestiduras con la frecuencia de ántes; ciertos despropósitos han dejado de pillarme desprevenido.

Pero estoy divagando.

Desde hace unos meses podemos encontrar en los quioscos una nueva revista de divulgación científica, conocer la Ciencia, se llama. Seguro que algunos la conocéis. La primera entrega venía al atractivo precio de un euro y las dos siguientes traían como obsequio un juego tipo Trivial con preguntas y respuestas sobre ciencia, bastante facilitas para una cultura general medianita como es mi caso. Si lo que pretendían con estas maniobras mercadotécnicas era enganchar lectores, desde luego conmigo lo consiguieron. En cuanto a sus contenidos, desde el principio los encontré amenos y expuestos de forma clara y accesible. Es de lo que se trata en una revista así ¿no? Los contenidos me recordaban en cierto modo a los de la sección Zapping de Axxon a la que soy asíduo y me permito recomendar aquí: sin ser un prodigio de rigor conseguían su objetivo: informar y, lo que es más importante, suscitar la curiosidad.

El lector avispado habrá advertido a estas alturas que, a pesar de hablar más o menos bien de conocer la Ciencia lo hago en pasado. La razón es sencilla: no pienso volver a comprar esa publicación, y mira que he estado a punto de suscribirme y todo.

El caso es que ya en el segundo número me encontré con un breve que me llamó la atención. Bajo el epígrafe «nuevas amenazas para el clima» se afirmaba que uno de los materiales contaminantes responsables del cambio climático es ¡la caspa! Además, estaba redactado de tal manera, que una lectura descuidada del breve texto nos hacía pensar en la caspa como uno de los mayores responsables de tan desagradable efecto meteorológico. Amarillismo; me dije y seguí adelante sin darle mayor importancia al tema. Quien esté libre de pecado etc. por un momento pensé en escribirles para que me aclararan tan peregrina afirmación, pero me olvidé. Sin embargo lo hizo otra lectora, supongo que atormentada como yo algunas temporadas, por tan antiecológico problema capilar. La respuesta que recibió en el número siguiente la educada incredulidad de la lectora no me gustó nada. La encontré despectiva. En ella se afirmaba que parte de la responsabilidad del cambio climático recae en partícululas en suspensión de orígen biológico y la caspa, como todos sabemos es de origen biológico, aunque en los casos más graves parezca de origen meteorológico (esto último es mío). Vaya, me dije. A este tío deberían embrearlo y emplumarlo en la plaza pública junto con el de la pérfida caspa. Y seguí adelante con la lectura sin darle mayor importancia al asunto.

Ayer cayó en mis manos el cuarto número de conocer la Ciencia. Aprovechando que la quiosquera es amiga mía y no me pone mala cara si hojeo un poco las revistas antes de comprarlas, procedí. Ya en la contraportada, la primera en la frente. Me encuentro con el anuncio a toda página de un juego patrocinado por Movistar y cuyo tema es ¿adivináis? Pues sí, la película recientemente estrenada y basada en la infumable novela (y apoteósico éxito de ventas) del señor Marrón. Va a ser que el responsible de marqueting no se reúne con los que marcan la línea editorial de la revista con la debida asiduidad (como podéis comprobar soy un tipo permisivo, paciente casi hasta la nausea), o si se reúne manda más que ellos. Mala cosa. Y seguí con mi hojeo; eso sí, ahora iba con las orejas tiesas y temiéndome lo peor. Desgraciadamente acerté; casi al final, enla sección donde se recomiendan libros, documentales y demás, me encuentro con que me recomiendan a media página que bajo ningún concepto debo perderme cierto documental que amenaza con revelarme los aspectos más inquietantes del más grande genio del Renacimiento, sociedades secretísimas y prioratos de Sión incluídos. O sea, qu en una revista con supuesta vocación de divulgación científica tratan de colarme un subproducto de lo que ya de por sí, es lo más abyecto del guano literario. Pues va a ser que no. Así que, con un sonoro ¡A la Mierda! Que asustó a mi amiga quiosquera, devolví la revista al estante.

No tengo nada en contra de que un iletrado con jersey de cuello alto se haga muchimillonario vendiendo un bodrio infumable que por alguna razón que no entiendo, han dado en llamar novela. Tampoco tengo ningún problema con que a provechando el tirón, se exprima también la teta cinematográfica y ya puestos, todas las tetas que haga falta. Es triste pero sé una o dos cosas sobre el mundo que habito. Sin embargo no permito que traten de tomarme el pelo. Eso sí que no. Y además estoy harto. Harto de encontrarme hasta en la sopa al señor Marrón, su parto, y toda la pléyade de subproductos que han generado. Harto de que traten de venderme la moto del fenómeno literario (como mucho fenómeno mediático y de los cutres). Harto de bombardeo, harto del señor Marrón y sus defensores, de sus campañas promocionales y hasta de sus detractores. ¡Harto!

Así que

Sres. de conocer la Ciencia. En el caso improbable de que lleguen a leer esto, tengo un mensaje para ustedes: ¡Que les den! Con su política de la pela por encima de todo acaban de perder un suscriptor. ¿A que jode? Pues eso.

El cronovisor.

El cronovisor.

Allá por el 1972, saltaba una curiosa noticia en todos los medios de comunicación. Un equipo científico, dirigido por un benedictino especialista en prepolifonía (que también, hay que ver en qué cosas se especializa la gente) había conseguido dar forma a un invento que venía llamado a revolucionar el mundo tal y como lo conocemos, etc etc. Se trataba nada más y nada menos que del Cronovisor, un cacharrejo que nos permitiría ver y escuchar personas y hechos ocurridos hace la leche de tiempo. Como ocurre siempre con estas cosas, el tema se sustentaba en incontrovertibles teorías científicas. En este caso, nada más y nada menos que en la primera ley de la termodinámica, la que habla de la conservación de la energía. Si damos por hecho que la energía no se crea ni se destruye, el cronovisor debería ser capaz de, como quien dice tirar del hilo, desenredar la madeja de energía remanente, y volver a codificar sonidos e imágenes del pasado para hacerlas perceptibles por nuestros imperfectos sentidos. No voy a contar la historia completa del cacharrejo porque es fácil encontrarla en la red. Solo comentaré aquí, muy sucintamente, cómo terminó (¿seguro que terminó?... titototin…totin…totin…). Que fué, ni más ni menos que como cabe esperar que termine cualquier buena historia de conspiranioias: Ese Vaticano que se acojona al ver el potencial del inventito de marras, esos servicios secretos que se alborotan, esa etiqueta de top-secret, esa órden del Papa de turno conminando a guardar silencio sobre el asunto, ese director del proyecto que (convenientemente) estira la pata. Vamos, lo de siempre.


Sin embargo, hoy no quiero hablar de ese desprestigiado cronovisor. No señor. Hoy, con grave riesgo para su bienamado pellejo, haciendo chakras sordos a los mensajes telepáticos de los hombres de negro que silencio avisan y amenazan miedo, Poquetacosa (o sea, yo) va a hablarles del Auténtico Cronovisor (mayúsculas reverenciales incluídas). Ese que los amantes del misterio misterioso, empeñados en que los árboles no les dejen ver el bosque, parecen no conocer.

El auténtico cronovisor, no es un proyecto secreto. Su uso y disfrute es libre y, en su versión más básica, gratuíto. Lo usamos continuamente, aunque para explotar todo su potencial necesitaremos una noche oscura y estrellada y un lugar sin demasiada contaminación lumínica. El auténtico cronovisor siempre ha estado ante nuestros ojos… de hecho son nuestros ojos. Sí, amigos y vecinos, nuestros ojos nos permiten asomarnos a las ominosas tenebrosidades (titototin… totin… totin…) del pasado. Su mecanismo también se fundamenta en un hecho científico, en el que que nos cuenta que la velocidad de la luz es finita, 300.000 Km/s sobre poco más o menos. ¿Cómo afecta esto a nuestro cronovisor? Pues sencillamente, en que si miramos lo suficientemente lejos podremos ver el pasado, por cada 300.000 Km que nuestra mirada se adentre en la distancia, también retrocederá un segundo en el tiempo. Vamos a explicar esto con unos ejemplos prácticos.

Si volvemos la vista hacia Sirio, sistema éste tan querido para el mundo magufo, no lo veremos tal y como es en la actualidad, la luz que nos llega de Sirio salió de allí, aproximadamente cuando el mundo del colorín, lloraba con esas lágrimas suyas tan parecidas a la saliva goteante de los carroñeros, la muerte de Lady Di. Pero eso es poco tiempo, nuestro cronovisor puede llegar más lejos. Si miramos hacia Regulus, la estrella α de la constelación de Leo estaremos viendo el tiempo en el que se hacía uno de los mayores descubrimientos de la egiptología y que quedó eclipsado por la inminencia de la II guerra mundial: el descubrimiento en Tanis, por parte del egiptólogo Pierre Monet, de la tumba de Psusenes I. Un faraón cuyo ajuar eclipsaba al del mismísimo Tutankamon, y que reinó hace 3.000 años. Durante su reinado ocurría el drama que podemos ver en la fotografía que ilustra esta entrada: la agónica muerte de una estrella, que tras consumir todo su combustible, expulsa al espacio su envoltura gaseosa dando lugar a lo que conocemos como NGC 6543, la nebulosa del ojo de gato para los amigos. Pero claro, para ver espectáculos como ese, nuestros queridos cronovisores necesitan aumentar su poder mediante ayuda óptica. Esa foto en particular fué sacada por el instrumento óptico más poderoso que tenemos a nuestra disposición en este momento: el telescopio espacial Hubble . Tiemblo al pensar lo que será capaz de mostrarnos el James Webb cuando entre en servicio. Pero volvamos a poner los pies en la tierra. Polaris, la estrella que nos muestra el norte, envió la luz que hoy vemos, durante el reinado de Felipe II, cuando los tercios españoles hacían temblar Europa y un tal Miguel de Cervantes daba por finalizada su carrera militar. Y podemos llegar aún más lejos. Mirando a la Nebulosa de Orión, nos adentramos 1.500 años en el pasado, 163.000 observando la Nube Mayor de Magallanes, 2,4 millones de años si miramos hacia la galaxia de Andrómeda. Esto a simple vista y sin ayuda. Un telescopio nos puede llevar más allá. Nos permitirá observar por ejemplo, el cúmolo de Virgo, un conjunto de galaxias que se encuentra a 50 millones de años luz. Si recurrimos al actual rey de los telescopios, el Hubble , la cosa ya da vértigo. Su famosa foto de campo profundo, nos muestra un conjunto de galaxias, tal y como eran hace 14.000 millones de años. A estas alturas, la enormidad de las distancias pone a prueba hasta a las mentes más abiertas.

El cronovisor, efectivamente existe; aunque la mayoría del tiempo lo dediquemos a la mezquina ocupación de observarnos el ombligo, lo tenemos a nuestra disposición, sin necesidad de mediums, ouijas, ni aparatejos raros vetados por el Vaticano, para mostrarnos las verdaderas maravillas del universo.

El vacío de las definiciones.

  • Democracia, Justicia, Libertad... Ya no las conocemos. Nos limitamos a repetir sus nombres.

 

Poquetacosa después de intimar seriamente con una conocida marca de ron.

Concurso de relato breve

Concurso de relato breve

Se ha convocado el I Concurso de relato breve poquetacosa.com.

Si te gusta escribir, no pierdas esta oportunidad de adquirir prestigio internacional. Dinero no, la cosa no tiene dotación económica pero sí un trofeo con su plaquita grabada y todo.

Pincha aquí para informarte.

Saludos y suerte.

Competencia desleal.

  • Los políticos me están haciendo competencia desleal.

Albert Boadella, bufón y fundador de Els Joglars.

Este siempre ha sido un mundo duro para los cómicos.

Nasías pa matá

    Hace unos días, podíamos ver en televisión un aununcio en el que un tierno infante dibujaba un soldado. Al soldado no le faltaba detalle... o sí, le faltaba uno. Podíamos distinguir el casco y el uniforme de combate con sus colores de camuflaje estándar de lo más conseguidos; sin embargo el soldado no tenía escopeta (fusil de asalto, subfusil ametrallador, o lo que sea) que es, como si dijéramos un rasgo distintivo de cualquier soldado del mundo mundial. Como colofón y al modo de los niños, vemos como el que dibuja un soldado, se dispone a identificar su retrato mediante la preceptiva flechita. Al final de la flechita pone «mamá». ¡Toma ya! Me dije yo. Luego la imagen cambia y vemos caminando hacia la cámara tres intrépidas guerreras, que vestidas con sus sonrisas profidén de modelos profesionales y uniformes de los tres ejércitos invitan a las mujeres a que se enrolen en la cosa militar. La voz en off decía algo así como que somos el ejercito con más porcentaje de mujeres (junto con el norteamericano), que si venga tías, que si podemos conseguirlo...

    No sé si habéis visto ese anuncio, pero cuando yo lo ví eché de menos a Miguel Gila. Que solos nos has dejao maestro, hay que ver como se echa de menos tu ironía y tu mala leche; y el partido que le habríais sacao tú y tu teléfono a este mundo desquiciado.

    Porque llamadme machista, pero soy de los que piensan que las mujeres en el ejército no pintan nada, al menos no pintan nada en las unidades de combate. Tal vez sea porque yo soy de los que hizo la mili antes de que nuestros queridos representantes electos, transformaran el ejército español en una ONG. O al menos no antes de que empezaran a pintárnoslo como tal. De mis tiempos de soldado saqué un par de cosas en limpio: una de ellas fue una buena forma física junto con impagables enseñanzas en el noble arte del escaqueo; la otra fue una idea bastante clara de qué es un ejército. Y un ejército es una herramienta del estado que sirve básicamente para dos cosas: en el caso de estados agresivos que es lo mismo que decir poderosos para arrebatar por la fuerza cosas (territorios, recursos, etc.) que otros estados no quieren ceder de grado; y si el estado es menos poderoso y por tanto menos agresivo, el ejército sirve para defender lo que tienes y otros te quieren arrebatar, ya sea mediante el ejercicio de la fuerza, o mediante la exibición de ésta. Bien es verdad, que los ejércitos también son una herramienta nada desdeñable en caso de catástrofes que por su magnitud superen la capacidad de los medios previstos para tal fín; al fin y al cabo constituyen una fuerza humana nada desdeñable, generalmente disciplinada, y dotada de medios. Sin embargo este último no es su cometido principal: una espada puede muy bien cortar el pan pero no fue diseñada para eso.  Quizás sea por eso que mi definición de soldado difiere un poco de lo que parece tener en la cabeza nuestro paritario gobierno. Para mí, un soldado es básicamente, un cabrón con mala leche y una escopeta, cuya profesión es la violencia y al que conviene tener de tu parte (esta definición no es mía sino de un tal Pérez-Reverte ). Lo demás son milongas y eufemismos.

    A un soldado se le suelen pedir o inculcar mediante el entrenamiento tres virtudes. A saber: disciplina, honor y una inclinación tanto física como mental para ejercer la violencia. Las dos primeras están supeditadas a la última. La disciplina sirve para canalizar la violencia hacia el fín perseguido por el Estado y el honor es la capacidad de, llegado el momento dejarte destrozar o destrozar a otros sin titubear, en aras de un «proyecto superior» que no tienes por qué entender demasiado bien. Resumiendo. Un soldado, si se le despoja de definiciones rimbombantes, uniformes, medallas y heroísmos, no es mas que un asesino legal. Un mal necesario en un mundo violento.

    Y claro, yo no entiendo qué necesidad hay de meter a las mujeres en estas mierdas. Porque por mucho que se empeñen esas feministas trasnochadas de tetas caídas y coños peludos cuya idea del feminismo no es mas que un machismo puesto del revés, hombres y mujeres no somos iguales. Ni mucho menos. A pesar de que existen territorios comunes, hombres y mujeres somos distintos y para llegar al mismo sitio solemos seguir sendas mentales completamente diferentes. Me gusta pensar que somos complementarios. Pero de iguales nada. De hecho, la persecución cerril de la igualdad a cualquier precio me parece una chorrada cuyas consecuencias son que muchas mujeres, en su afán por igualar a los hombres están copiando nuestros peores defectos dejando de lado virtudes de las que nosotros carecemos, y que ellas identifican erróneamente como taras o debilidades. Porque vamos a ver, la agresividad es un defecto masculino, no hay mas que echar un vistazo a nuestro alrededor para ver que la inmensa mayoría de los delitos violentos están cometidos por personas que tienen pilila.

    Para terminar con este tema y antes de que comience a lloverme mierda, me gustaría dejar claro que no abogo por un universo femenino de pata quebrada, misa de ocho, culebrón y apertura de patas los sábados por la noche. Hay territorios comunes en los que sí se puede hablar de igualdad, hay otros en los que se puede hablar de mayor idoneidad masculina, y otros en los que las mujeres nos dan a los tíos sopas con onda. Yo, sin ir más lejos, desarrollo mi actual trabajo junto con una compañera a  la que admiro profundamente, tanto por sus conocimientos como por sus métodos. Cuando hay que llevar a cabo cualquier acción comprometida nos consultamos y yo me aprovecho  tanto de su sutileza y sus estrategias envolventes, como ella de mi  actitud más directa y cierta capacidad para separar paja y grano. Trabajo en equipo, que se llama y que consiste ni más ni menos que en aprovechar las virtudes del otro y en parte utilizarlas para suplir las propias deficiencias.

    Sin embargo, perdonadme, pero yo eso de las agresivas caballeras legionarias lo considero una chorrada como un piano de cola.

Los reyes visitan Requena.

Los reyes visitan Requena.

Ante la inminente visita, el día 16 de marzo, de SS.MM. los Reyes de España a Requena , podemos leer lo siguiente en un bando del alcalde:

«... como Alcalde de Requena, animo a todos los habitantes del Municipio a que engalanen ventanas y balcones y salgan a la calle el próximo día dieciséis, como muestra a los Reyes del cariño y reconocimiento ... »

Y a mí que esto me recuerda algo ...

Pensamiento escéptico y política.

Desdichado lector:

Antes de que sigas adelante, me veo en la obligación de hacerte una advertencia. Lo que sigue es, posiblemente, perfectamente obviable; largo, reiterativo y seguramente aburrido. Solo una cosa diré en mi descargo: ¡Si no lo suelto reviento!

Avisado quedas.

« La política y el fútbol tienen eso. Se sienten, no se piensan. No debería ser así en el caso de la política, pero es».

El entrecomillado lo podemos leer en los comentarios a una de las entradas del Golem Blog . Y quien dice eso tiene más razón que un santo. Apoyándose en ese hecho incontrovertible, la misma persona afirma que no debe aplicarse el pensamiento escéptico (esto es: la voluntad de hacerse preguntas y buscar sus respuestas) a la política porque la imparcialidad ahí es imposible y las conclusiones que saquemos estarán invariablemente viciadas de filias y fobias. Y en lo de la inconveniencia de aplicar el pensamiento escéptico a la política creo que el amigo se equivoca. Se equivoca mucho. Del todo diría yo.

Me explicaré. Tengo entendido que la democracia, puede resumirse muy básicamente como el gobierno ejercido por el pueblo. ¿Cómo se consigue eso? Por medio de elecciones en los que el pueblo elige a sus representantes. Estos representantes se organizan a su vez en formaciones o partidos políticos. Según las reglas democráticas más simplificadas es la formación más votada (por el pueblo) la que ejerce el gobierno del país durante un periodo pactado de antemano, a cuyo término vuelven a convocarse nuevos sufragios. El resto de los partidos, que han conseguido menos votos que la formación llamada a formar gobierno, integran lo que conocemos como oposición y su cometido consistiría básicamente en ejercer de contrapeso, en fiscalizar al gobierno y evitar que se emborrache de poder y saque los pies del tiesto. Esto, claro está es pura teoría. En la práctica y según el sistema vigente en España, el partido que ha sido votado mayoritariamente suele verse obligado a buscar alianzas para poder gobernar con cierto desahogo y lo que consigue en realidad es verse literalmente cogido por las pelotas por grupos que respaldados muchas veces por cuatro votos mal contados, llevan adelante iniciativas muchas veces abusivas que no podrían imaginar ni en sus sueños más húmedos y cuyo único mérito está en constituír un peso que, aunque irrelevante visto desde el conjunto, sí es capaz de inclinar la balanza que de entrada está bastante equilibrada por el peso parecido de los dos partidos mayoritarios. En cuanto a la oposición, parece que ha dejado de estar de moda la fiscalización constructiva destinada a frenar los posibles desmanes del gobierno y lo que se lleva ahora son los dinamiteros. Estos tipejos (antes o después lo son todos, no nos equivoquemos) se afanan, con fines puramente electoralistas, en destruir por principio cualquier iniciativa que tome el gobierno. El sentido común se va al carajo y son incapaces de ver otra cosa que las próximas elecciones o, en casos como el actual las anteriores, que perdieron pero aún no parecen haberse dado cuenta. Visto así, podemos caer en la tentación de considerar al gobierno como una pobre víctima. Nada más lejos de la realidad, su comportamiento suele ser tan limitado a la estética y tan electoralista como el de los otros. Silenciando sus errores y dándose autobombo con sus aciertos, o con todo lo que tenga la mínima posibilidad de venderse como tal, igual que los otros magnifican los errores gubernamentales o transforman sus logros en tales. Sus iniciativas dejan la práctica a un lado y se limitan a parchear el tambor al son que tocan las encuestas de opinión o, lo que es peor: las modas. El caso es que entre unos y otros montan tal batiburrillo de demagogia que el ciudadano de a pie, abrumado por la información contradictoria o por la simple ausencia de información termina aferrándose a sus filias y sus fobias dejando al corazón lo que debería gestionar la cabeza. En cualquier caso, la consecuencia lógica es un panorama político plagado de inútiles, irresponsables y corruptos todos ellos, eso sí, democráticamente elegidos (faltaría más) por un país que ha perdido la capacidad de crítica y va a votar como quien va al fútbol. El caso es, que entre unos y otros la democracia termina transformada en una puta performance, que es como definió alguien a un skech humorístico al que le han quitado la gracia.

¿Qué quiero decir con todo este rollo? Pues sencillamente que nuestros representantes distan mucho de ser los semidioses cuyas palabras y hechos deben ser elevados a artículos de fe que piensan muchos; de hecho, a estas alturas del chiste, sospecho que ni siquiera hay demasiados que estén especialmente dotados intelectualmente. Son adaptables, saben venderse, tienen capacidad para agradar; no puede ser de otra manera para llegar donde están. Pero nada más. Polvo y humo.

¿Cómo es posible que una panda de piernas, casi iletrados en porcentajes sorprendentemente altos, consigan ponerse, o más bien andar siempre a bofetadas alrededor del timón de un estado? Pues desde mi punto de vista la explicación es sencilla, aunque políticamente incorrecta. Para explicar esto, tenemos que desmitificar primero una de esas palabras fetiche: democracia; que junto con sus hermanas justicia y libertad ha sido puteada hasta límites impensables. Hablemos claro. La democracia no es la panacea universal. Ni mucho menos. Como mucho es, entre todos los sistemas de gobierno posibles, uno de los menos malos. ¿Qué ocurre con una democracia cuyos sustentadores y razón de ser (votantes), acríticos, prefieren «sentir» la política en lugar de reflexionar sobre lo que hacen los políticos? Sencillo. La palabra, tan bonita ella, se ve desprovista de su sentido y se transforma en algo parecido al coño de la Bernarda. Todo vale. Tergiversar, mentir, zancadillas, puñaladas traperas... El desvergonzado fin justifica los medios. Y en medio de todo esto, el pueblo, el que debía gobernar ruge extasiado o indignado según caiga la pelota; ajeno a todo lo que no sean las luces de colores, el polvo y el humo que les venden a precio de oro y de dignidad.

¿Cual es la consecuencia de este panorama? Pues bastante deprimente, la verdad. Nos encontramos con un paisaje en el que nuestros políticos viven en los mundos de Yupi, con un contacto con la realidad patéticamente limitado. Charlatanes cuya única diferencia con Rappel y Paco Porras, se suele limitar a que nuestros políticos visten de una manera un poco más elegante, y por supuesto en que las consecuencias de sus charlatanerías suelen ser infinitamente más jodidas. Y más vergonzosas.

Si después del peñazo de arriba no estás ya hasta las narices, con tu permiso daremos un paseo por unos cuantos ejemplos ilustrativos.

Comenzaremos por aquella sabrosa anécdota que tuvo lugar al principio de la actual legislatura (allá por agosto de 2004 creo recordar). Entonces pudimos regocijarnos contemplando a nuestras paritarias ministras que, recordémoslo pertenecen a un partido que se apellida socialista y obrero, se soltaban la melena y aparecían posando para una de las revistas más pijas que existen convenientemente ataviadas con trapitos cuyo precio da sudores fríos imaginar. El motivo, según ellas, era reivindicar los derechos de la mujer. O sea, a ver si nos entendemos. Resulta que posar para Vogue vistiendo unos trapitos con un precio que supondría el sueldo de un año para la mayoría de las españolas es una forma de reivindicar los derechos de las mujeres. Pues algo debo haberme perdido, porque a mí, eso me parece un capricho de nuevo rico. No. Vamos a ver. Al parecer nuestras muy paritarias, socialistas y obreras ministras, no parecen saber que, a día de hoy (y también entonces) la situación de la mujer obrera española es bastante jodida; y eso dejando a un lado los contratos basura, los sistemáticos incumplimientos de los convenios por parte de las empresas y los sueldos de mierda. En el mundo real, señoras ministras-modelo (juego de palabras traído por los pelos), ser mujer joven y casada se transforma en un hándicap a la hora de buscar trabajo porque es normal que durante la entrevista, el fulano de turno les pregunte si piensan tener hijos. Si la respuesta es sí, adiós muy buenas. En el mundo real, a pesar de las leyes de conciliación de la vida laboral y familiar, se despide sistemáticamente a las mujeres por el hecho de quedarse embarazadas. Tienen la Ley de su parte ¿No? Pues no. Por la sencilla razón de que un trabajador medio no suele poder permitirse litigar con el empresario en caso de despido improcedente, y si a pesar de todo lo hace, lo máximo que podrá conseguir es una indemnización que en la mayoría de los casos será una mierda, o una readmisión forzosa a un trabajo en el que ya no es bien recibido y terminará dejando. Y esto no es mas que un ejemplo. O sea, que no me jodan señoras ministras.

«Una mentira convenientemente repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad». Durante las anteriores legislaturas, me harté de ver a un señor bajito con bigote repitiendo machaconamente aquello de «España va bien». Que curioso, me decía yo. Porque mi poder adquisitivo no deja de caer en picado, y si miro a mi alrededor no veo mas que precariedad económica y precariedad labora y consumismo desaforado e irresponsable; todo ello convenientemente aderezado por los bancos agarrándonos bien agarrados por las pelotas. Claro, llegados a este punto a mí se me presentaba una paradoja, si España iba bien, y yo, que confío ciegamente en los políticos y no soy crítico con ellos no soy nadie para dudarlo, una de dos: o bien no vivo en España, o tal vez vivo en la España equivocada. Va a ser lo último. Por cierto, como supongo que sabréis la mayoría de vosotros, el entrecomillado que abre el párrafo es de un tal Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich.

Los niños. Tan fotogénicos ellos ¿verdad? ¿Existe acaso imagen más entrañable que la de un político (generalmente en plena campaña electoral que es lo mismo que decir en cualquier momento) besando a un niño? Hay que proteger a la infancia, nos dicen. Y tienen razón. Y en los mundos de Yupi se la protege, claro que sí. Ay de aquel maestro que ose decir a un niño una palabra más alta que otra (por no hablar de suministrarle una colleja) ¡Anatema! ¡Excomunión! ¡Al infierno, a la hoguera con el diabólico enseñante! No vaya a ser que el tierno infante nos coja un trauma o como último recurso tire de teléfono móvil (última generación, con cámara de vídeo Mp3 y microondas) y llame a los geos de protección del menor. Claro. Esto es en los mundos de Yupi. En la práctica nuestros hijos son despiadadamente bombardeados en campañas meticulosamente diseñadas para hacer palanca en el eslabón más débil de la cadena: los niños. Y claro, lo que viene son generaciones cada vez más acríticas y depravadas (conocen al dedillo sus derechos pero no quieren oír hablar de obligaciones) que no tienen ningún empacho en extorsionar a padres y profesores con tal de tener un teléfono con microondas, con el que poder grabar las palizas que les arrean a pobres incautos y echarse unas risas. Las criaturas. La disciplina es un invento retrógrado y a extirpar mientras se impone la ley del todo vale. El sistema educativo ha sido sistemáticamente socavado hasta el punto de no saber bien de qué carajo estamos hablando. La escuela universitaria de magisterio de Valencia languidece y se cae a pedazos a la sombra del derroche de la Ciudad de las Artes y las Ciencias (¿Se puede imaginar mayor contrasentido?) y las universidades se llenan de futuros licenciados para los que la coma es un puntito con rabo y el hecho de escribir su propio nombre sin faltas de ortografía supone un evento literario sin precedentes. ¿Que exagero? No, lamentablemente no exagero. La enseñanza de las humanidades se ha relegado a un segundo plano y en algunas ramas (léase filosofía) está lista para la puntilla, la Historia (tan importante conocerla para no vernos obligados a repetirla) se prostituye en la casa de putas de los intereses partidistas y la literatura es cosa de esnobs, de pedantes y lo que es peor: de derechas. Los padres descargan su responsabilidad educativa en maestros asustados y desencantados. Y no nos equivoquemos, la mayoría de las veces no lo hacen por gusto, lo hacen por esa alegre y destructiva ignorancia que parecen empeñados en inculcarnos, o porque no tienen más remedio; al fin y al cabo hay que pagar la puta hipoteca. Lo estamos consiguiendo, sí señor. Estamos consiguiendo unas nuevas generaciones formadas por consumidores disciplinados, borregos mezquinos que rugen extasiados ante los fuegos artificiales mientras les arden las pelotas. ¡Que carallo! Protejamos la infancia, lo estamos haciendo de puta madre.

Esto es lo que trae la falta de escepticismo en política. Una democracia enferma en su raíz, y una sociedad que solo necesita pan y circo sin preguntarse jamás quién coño se está comiendo el entrecot.

El golf... y la madre que lo parió

Había un tío en un campo de golf... no le faltaba detalle, sus zapatitos especiales, su pantalón a cuadros, su visera, y por su puesto su bolsa de palos de golf de penúltima generación. El caso es que estaba el pavo encereñado sacudiéndole estopa a la pelotita, o intentándolo, porque la pelotita seguía tan ricamente en el tee (que es como se llama el pinchito donde se coloca la pelotita al empezar) mientras la madera del número 1 hacía volar chuletas (que es como los iniciados llaman a los cachos de cesped que saltan al golpear la pelotita) por todas partes. Y el tío seguía y seguía con sus golpes y las chuletas volaban y volaban. Un curioso que andaba observando tan curioso espectáculo, al final se decide a hablar y, con mucha educación y mucho tacto, le hace notar al masacrador chuletero si no necesitaría unas clases de golf y tal.

Nuestro equipadísimo golfista que se vuelve picado y dice algo así como ¡Oiga usted! yo llevo muchos años jugando al golf, de hecho soy un experto en golf. Hasta he escrito un libro de golf y todo. ¿Cómo se llama el libro? inquiere el curioso intrigado. Es un libro de gran éxito responde el paisano apoyándose sudoroso y jadeante en su madera de titanio del Nº 1 firmada por Tiger Woods, se titula El golf... y la madre que lo parió.

Vale, de acuerdo. Es un chiste malo. Pero un chiste al fin y al cabo. Lo que me parece ya menos gracioso es lo que podemos leer en elconfidencial.com. Ahora que el turismo de sol, playa, sangría y paella sospechosa parece que anda de capa caída, el turismo tipo hooligan con derecho a vomitona por las esquinas y meada en los parterres tampoco está en su mejor momento, y los parques temáticos parece que dan bastante menos de lo que se esperaba de ellos, los hosteleros y los promotores inmobiliarios, se han dado la manita para potenciar un nuevo filón. Que tampoco es que hayan descubierto nada nuevo, en Andalucía ya tenemos algo que llaman Costa del Golf. Sin embargo parece que lo que viene es el turismo golfista de élite y claro, como tenemos las costas como las tenemos, los avispados promotores han puesto sus ojos en lo poco que queda libre: Almería y Murcia. Dos provincias estas, que como todo el mundo sabe reúnen unas condiciones climáticas cojonudas para instalar campos de golf. Y más con el añito que estamos teniendo, con sobraítos de agua que andamos.

Y claro, no faltará quien salga con aquello de que los campos de golf son una cosa ecológica que te rilas por las patas para abajo, que si se riegan con agua reciclada, que si desarrollo sostenible... que si tal. Pero es que yo conozco un poco del país en donde vivo, y no es que no me crea todo eso del agua reciclada y el desarrollo sostenible y tal, es que lo dudo mucho.

En resumen. Que nos están contando que hay una sequía como no se había conocido en un montón de años, que ahorremos agua, que se está llegando al extremo de tener que arrancar campos enteros de árboles frutales porque simplemente se han secado, y por otra parte se están proyectando campos de golf en las que deben ser las zonas más necesitadas de recursos hídricos de España. Y claro, llegados a este punto yo ya no entiendo nada y me pregunto si no nos estaremos volviendo majaretas.

Los pinitos egiptológicos de don Pedro Amorós. Parte I

Quienes me conocen saben que soy un curioso de la Historia. No un investigador, ojo, mi ego bien, gracias pero no llega a ese punto de hipertrofia. No soy mas que un curioso con muchas horas de campo, algunas de excavación (la mayor parte de ellas como simple observador y el resto como un machaca más limpiando piezas y moviendo tierra), y muchas, muchisimas entre todo tipo de libros; aparte, claro está de las que paso buscando información en la red. Internet. Una valiosa herramienta llena de información valiosa y tambien, claro está de mucha basura. Mi curiosidad e Internet confabularon hace unos días y me tropecé con el impagable artículo humorístico que comentaré a continuación.

Lo firma Pedro Amorós, presidente al parecer vitalicio del S.E.I.P. (Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas… en masculino, como gustan de llamarla sus integrantes). Pues bien, aunque el artículo de Don Pedro no es el más disparadado que he encontrado en este medio (en alguno se llengan a describir antiguos silos de misiles situados en el complejo de Sakkara), sí tiene el honor de ser uno de los más completos. Una suerte de disparatado escaparate-compendio de maguferías iluminadas.

Pero antes de comenzar con el artículo, me gustaría hacer una somera y muy personal reflexión sobre su autor.

Lo primero que debemos saber sobre los creyentes-defensores a ultranza de lo paranormal (pues tal es el caso que nos ocupa) es, que si tuvieran un santo sería Galileo (circunstancia esta de lo más paradójica, pobre hombre) y si existiera –que existe- para ellos algo parecido a un lugar de peregrinación, este sería sin lugar a dudas Egipto. ¿Por qué ocurre esto? Pues no tengo ni puñetera idea: misterio. El caso es que cualquier investigador-vividor de lo paranormal que se precie, debe contar ineludiblemente en su «caché» al menos con una foto de sí mismo posando delante o dentro de algún monumento egipcio; ya sea la Esfinge o las pirámides de Gizeh o, en casos más sibaritas, como de más caché, el Serapeum, la Pirámide escalonada o el temlo de Denderah con sus conocidas «bombillas». Sea como sea, si no tienes foto egipcia posando con cara de estreñimiento, de susto o de supremo asombro (eso va en el carácter de cada uno), en el mundillo de lo paranormal no pasas de ser un vulgar mierdecilla. Y Don Pedro Amorós, presunto ingeniero informático, presunto colaborador variadito e investigador autotitulado especialista en transcomunicación instrumental no es ningún mierdecilla de lo paranormal sino todo un peso… medio.

Y un peso medio de lo paranormal, mundialmente conocido por sus investigaciones destinadas a dar un esclarecimiento sobrenatural a ciertas –y misteriosisimas- manchas de humedad, no podía quedarse en las fotos. Cuando una llega a cierto nivel debe mojarse, opinar. El respultado lo puedes encontrar pinchando AQUÍ, que es de donde he extraído los entrecomillados que ya, sin más rollos, y para jolgorio y refocile del personal paso a comentar. La cosa viene a titularse:

“EGIPTO MAGICO
EL MISTERIO DE LA GRAN PIRAMIDE”


Hombre, como título muy original no es, la verdad. Yo diría que es incluso previsible. Sin embargo la falta de originalidad nunca ha sido un defecto demasiado grave en un artículo con vocación divulgativa. Tras el título, Don Pedro dedica los dos primeros párrafos a ir creando ambiente de una forma, permítaseme lo suficientemente torpe como para no merecer siquiera comentario. Así que voy a correr un estúpido velo hasta el final del segundo párrafo. Las dos últimas frases sí me parecen interesantes.

“Y como hecho anecdótico hay que resaltar que un pequeño grabado que había en la entrada a la tumba del faraón advertía que una terrible maldición caería sobre aquellos que osaran perturbar el sueño eterno del faraón. Al poco del maravilloso hallazgo, todos los que participaron en la excavación murieron por causas extrañas, excepto su propio descubridor, Carter”.

Todo el mundo conoce la Maldición de Tutankamon, hay quien incluso es capaz de recitarla de memoria: «la muerte perseguirá con rápidas alas a todo aquel que ose…» etc etc. Bonito, sugerente, yo diría que incluso misterioso. Lástima. Porque ese texto, ni nignún otro texto maledicente existio nunca relacionado con la Tumba de Tutankamon. Vamos, que fue un invento de la prensa sensacionalista de la época, invento que por cierto le funcionó muy bien. Y oye, vaya mierda de maldición ¿qué no? Porque vamos a ver, ahí al parecer estiró la pata hasta el apuntador (cosa completamente falsa, pero bueno) excepto el máximo culpable: el propio Carter que murio bastantes años despues. Un cero para las rápidas alas de la muerte y otro para Don Pedro porque ni siquiera en su campo está bien informado. No nos menciona por ejemplo el «misterioso» apagón que sufrio El Cairo o la teatral escena en la que el perro de Lord Carnarvon (mecenas de Carter en este negocio) aullaba desesperado (o estiraba la pata, no recuerdo bien este extremo) justo en el mismo momento en que su dueño pasaba a mejor vida muy lejos de donde se encontraba el perro en cuestión. Pero continuemos con Tutankamon, las pirámides llegarán despues.

“la causa de que la tumba de Tutankamón fuera hallada intacta, fue por que falleció a muy temprana edad y todavía no habían comenzado su monumento funerario, teniendo así que adaptar " a toda prisa" la tumba de un sacerdote de la época que fue la que sirvió de eterno reposo para este "niño faraón"

En realidad la tumba de Tutankamon no fue hallada intacta; había sido saqueada en dos ocasiones poco despues de ser sellada. Todo parece indicar que los saqueadores fueron sorprendidos con las manos en la masa y lo robado restituído a la tumba de forma poco cuidadosa. De ahí el follón monumental que se encontró Carter cuando accedio a la tumba y que dificultó enormemente su vaciado. Más tarde, durante la excavación de la tumba de Ramses VI, la de Tutankamon quedó cubierta por una capa de cascotes y debido a eso permanecio oculta hasta que llegó Carter. Este párrafo merece otro par de apuntes aunque menores. El monumento funerario destinado a Tutankamon sí había sido comenzado cuando este murio, pero estaba sin terminar. El sacerdote que amablemente cedio su propia tumba para que descansara el faraón no fue otro que Eye, su visir y sucesor. Visto Tutankamon pasamos ya a las pirámides, ya era hora.

“Pero el problema surge con la transcripción del jeroglífico de la conocida "Estela del Inventario", que daba a conocer que la Gran Pirámide ya estaba construida en tiempos de Keops, y era llamado el Templo de Isis”.

¡Toma castaña! Otro cero en magufería para Don Pedro. Vamos mal. Aunque eso no es de extrañar si su fuente es una transcripción y no una traducción de la Estela del Inventario. La teoría magufa dice más o menos que era La Esfinge de Gizeh la que ya existía cuando fueron construídas las pirámides. Sin embargo la egiptología nos cuenta que la Estela del Inventario que es un texto de la dinastía XXVI en el que se hace el inventario de las estatuas contenidas en un pequeño templo dedicado a Isis en Gizeh y se comenta su restauración. La esfinge mencionada en la Estela del Inventario es dorada y tiene una altura siete codos reales, que traducidos al sistema métrico nos dan unos 3,64 metros. ¿Alguien ha visto la Esfinge de Gizeh aunque sea en foto? Pues eso. Y a partir de aquí, es cuando la fantasía de Don Pedro se dispara.

“Lo peor de todo, fue la gran pérdida que todos sufrimos cuando su revestimiento en granito rosado, que constaba con unos 27.000 bloques completamente grabados con signos jeroglíficos”

Completamente de acuerdo, la reutilización del revestimiento fue una gran pérdida. Debía ser todo un espectáculo ver la pirámide recien terminada, brillando al sol con el deslumbrante color BLANCO de la CALIZA extraída de las canteras de Tura, a 13 km de Gizeh.

“la única prueba que hoy existe para aceptar que la Gran Pirámide fue construida para el reposo de dicho faraón , es la de un sello grabado encontrado en el interior de la "Cámara de Descarga" del cual se duda incluso y se atribuye a una posible falsificación del coronel Vyse”

El caso es que el tal sello, ni es un sello ni está grabado. De hecho tampoco existe una única inscripción sino varias, pintadas en ocre rojo, y en algunos casos semicubiertas entre las uniones de unas piedras con otras. Estas inscripciones, descubiertas por R. Howard Vyse en 1837 no tienen ningún valor ceremonial, son simples (y precisamente por ello para mí más imprsionantes si cabe que los más impresionantes jeroglificos) firmas estampadas por los capataces de las canteras identificando al equipo encargado de extraer las piedras, así como al contratista principal: el propio Keops. Es por eso que se encuentran a menudo en posiciones aleatorias pues su razón de ser no era ser leídas una vez colocadas las piedras. Ese tipo de inscripciones tambien se puede encontrar tanto en las canteras como en otras pirámides.

Ahora, en el apartado que Amorós (le estoy perdiendo el respeto a medida que leo) titula “La lógica aplastante” nos encontramos así, de golpe con las Grandes Preguntas de la Magufería. A saber:

“¿ Cómo harían más cien mil hombres durante veinte años para trabajar en un mismo lugar, sin pisarse unos y otros ?, ¿ cómo transportaban esos inmensos bloques de piedra que pesan de 2 a 80 toneladas cada uno, desde las canteras sin utilizar vehículos ?, ¿ cómo transportaban más de 27.000 bloques de granito desde las canteras de Aswan que están a unos 1.000 kilómetros de distancia ?, ¿cómo cortaban los bloques de granito, con sus simples útiles de cobre, ya que no conocían el hierro ? ¿cómo subían a la cima de la pirámide (148 metros) estos bloques de 80 toneladas, cosa que hoy es imposible ?”

Como para quedarse sin respiración, pero vayamos por partes. Bueno, la forma de que 100.000 personas trabajen en un mismo sitio sin pisarse, es simplemente no estar en el mismo sitio. Había gente en la obra, claro está. Pero tambien había gente en las canteras, gente transportando el material… distribución racional del trabajo que se llama. Un tema que podría aclararle con cierta falcilidad al Sr Amorós (solo cierta facilidad, al fin y al cabo habría que solventar lógicos escollos de capacidad intelectual) cualquier capataz de cualquier obra de nuestros días. Efectivamente los egipcios no tenían camiones ni vehículos pesados que les ayudaran con el transporte. Pero tenían un río precioso que les facilitaba mucho la tarea. Y desde el río hasta su colocación definitiva… bueno, existen teorías para todos los gustos, pero en general utilizaban músculos, ingenio y rampas. ¿Que no se puede transportar un bloque de 80 toneladas usando estos medios? Pues sí, para consternación de la magufería en general sí se puede. Lo de los 27.000 bloques de granito traídos desde las canteras de Aswan me hace especial gracia. Aquí vuelve otra vez este tío con el recubrimiento de granito. Que no era granito leñe, que era caliza blanca de una cantera que estaba a 13 kilómetros. El granito solo se utilizó para el revestimiento de las cámaras y en una cantidad, como es lógico muchisimo más manejable. La extracción del granito. Para la extracción del granito se usaban mazas de dolerita, una piedra muy dura y resistente a los impactos. Aun así esas mazas terminaban por desgastarse y sus restos desechados se pueden encontrar aún hoy en las canteras de granito.

“Según los datos arqueológicos, con cien mil hombres trabajando constantemente en la construcción de la pirámide, que consta de 2.800.000 bloques que pesan de 2 a 80 toneladas, para poder terminarla en veinte años tendrían que haber colocado, situado, orientado, pulido, y grabado uno de esos pesados bloques cada 3 minutos”

En esto remito la explicación a la que daría un capataz de obra. Distribución lógica del trabajo. Nada de 100.000 tíos a la vez trabajando individualmente cada bloque, menudo escaqueo se habría liado si el Sr Amorós hubiera sido el jefe de obras de la Gran Pirámide.

“Para complicar más la dura tarea, decir que no se han encontrado vestigios de amarres de cuerdas y nada por el estilo, así pues no nos olvidemos del transporte que en ocasiones no era nada sencillo. Además como dato curioso, para el fijado de los bloques utilizaban un yeso de fraguado rápido, cosa que una vez fijado el bloque era imposible moverlo para su orientación”.

Seguimos con la desorganización. Los bloques se transportaban desbastados, y más tarde se eliminaba el material sobrante en el mismo lugar de su colocación eliminando de paso cualquier marca de manipulación que pudieran tener. Sobre el “yeso de fraguado rápido” no tengo noticias ¿alguien podría explicarme qué coño es eso?

“Para la construcción de cada uno de los bloques de granito que recubrían la pirámide que tenían unos 20 metros cuadrados de superficie cada uno, se emplearía la misma tarea que para el pulido del espejo del observatorio del Monte Palomar”

¡Halaaaaaaa! Pulido de precisión en bloques de piedra caliza. Prefiero no comentar esto y dejar que cada cual saque sus conclusiones.

Lo del Monte Palomar ha colmado mi medida de despropósitos. Prefiero dejar lo que sigue para mañana… o pasado mañana.

Saludos.

Mi Scalextric y las investigaciones paranormales: juegos de niños

Queridos reyes magos:

Este año he sido tan bueno como siempre, al menos tan bueno como el cabrón de Luisito. He hecho mis tareas, he sido obediente… vamos, que me he comportado como se supone que debe comportarse un niño bueno. Es por eso, que un año más, al igual que llevo haciendo prácticamente desde que tengo uso de razón, os pido que de una puñetera vez me traigáis el puto Scalextric (el nuevo Monza a ser posible, aunque me conformaría con algo más pequeño). Mi premura se debe a que, como sabéis queda poco tiempo. El año próximo habré dejado de creer en vosotros y aunque seguiré escribiéndoos más que nada para continuar con el paripé, ya no será lo mismo. Para terminar, creo que debería ser innecesario recordaros que, aunque Luisito es un cabrón que apedrea perros, levanta la falda a las niñas y además es el último de la clase, le dejasteis el Scalextric hace años.
A ver si se os ve el detalle.

Vuestro afectísimo:

Poquetacosa.

Como habréis adivinado, el Scalextric no llegó ese año, tampoco el siguiente ni el siguiente. Con el tiempo Poquetacosa se enteró de quienes eran en realidad los reyes magos y claro, se olvidó del juguete de sus sueños. La situación económica de su familia era bastante jodida y el Scalextric un juguete muy caro. En el caso de Poquetacosa se trató del Scalextric, pero seguro que conocéis otros: espectaculares trenes eléctricos, estupendos coches y aviones radio controlados, maravillosas casas de muñecas que tenían hasta el último de los detalles… juguetes que nunca llegaron o que sí lo hicieron; en cualquier caso, llegaran o no, invariablemente nos marcaron con su magia.

Y al final crecemos; nos hacemos adultos o al menos lo parecemos pero no olvidamos aquellos maravillosos juguetes que tanto nos hicieron soñar. La edad adulta, con sus responsabilidades y sus quebraderos de cabeza trae también una independencia económica más o menos desahogada. Y claro, caemos en la tentación y rescatamos esos maravillosos artefactos de las brumas de la memoria infantil. Recurrimos a las excusas más rastreras usando a los niños –hijos, ahijados, sobrinos…- como pantalla; niños que, por otra parte, no dejaremos que se acerquen a menos de dos metros al trasto en cuestión: son demasiado pequeños, son demasiado destrozones, cuando crezcan un poco… Mientras tanto no dudamos en recurrir al eufemismo. Por arte de birlibirloque han dejado de ser juguetes, ahora son hobbyes perfectamente serios, equiparables a la jardinería, la filatelia o la bibliofilia. Para respaldar esa ilusión existen revistas especializadas, reuniones temáticas y demás parafernalia. Nos comunicamos usando nuestros propios códigos incomprensibles para el lego: durezas de ruedas, distancias entre ejes, lubricantes especiales y motores trucados. Sin embargo al final la cosa se reduce a unos cuantos adultos perfectamente responsables en cualquier otro ámbito, que disfrutan como enanos haciendo carreras con cochecitos de juguete. Y vive Dios que la cosa es divertida.

Con lo paranormal y lo misterioso ocurre algo parecido. Al menos con la vertiente más inocente de lo paranormal, aunque a veces inocentes y desaprensivos llegan a confundirse hasta el punto resultar imposible separarlos. No hablaré aquí de la parte más sórdida, esa que anda rozando el delito y se aprovecha sin ningún sonrojo del miedo, la incultura y la desesperación de los demás para ganar unos duros. De lo que hablo aquí hoy, es de niños entrando a medianoche en cementerios y caserones abandonados por el simple placer de tener miedo (que placentero ese miedo inofensivo a fantasmas y aparecidos, que diferente es de los miedos reales a que te peguen un tiro, a romperte el bautismo en cualquier carretera o simplemente a no llegar a fin de mes), de niños temblorosos y felices al ver cómo se mueve el vasito sin que «nadie» lo empuje. Hablo de historias, completamente reales, claro, de terrorífico e imprevisible final contadas con voz cavernosa a la luz de una hoguera mientras sentimos ese agradable estremecimiento en la columna vertebral. De la imaginación infantil aplicada a «luces raras» que se ven en el cielo de noche.

Estos niños son los mismos niños que soñaron con un juguete y también crecen. En la mayoría de los casos, la formación, la experiencia y el sentido común les niegan el disfrute de esos placeres, de ese cosquilleo, de ese estremecimiento, de ese miedo infantil a lo misterioso. Sin embargo existen casos en los que esto no ocurre. El sentido común pierde por goleada y el eufemismo es estirado hasta el límite de su resistencia. Ya no son placeres infantiles. Ahora son investigaciones serias. Al más puro estilo de los niños, que transforman el sillón en un barco pirata y el espacio debajo de la mesa en un inexpugnable castillo, ellos transforman la grabadora en una ventana al mundo de los difuntos, la cámara de fotos –Photoshop mediante en los casos más agudos- en notario de lo maravilloso y lo oculto. Para dar más sensación de credibilidad alardean de los kilómetros que hacen, del dinero que les cuesta, del tiempo que roban a otras actividades en su incesante búsqueda de la Verdad (así, en mayúsculas y sin anestesia). Eufemismos. Porque lo que de verdad andan buscando es ese cosquilleo, ese estremecimiento, ese placentero miedo infantil por lo misterioso. Lo maravilloso y lo sorprendente en su estado más puro: recién salido de la imaginación. ¿Me equivoco? Tal vez, no me hagáis caso. Solo daos una vuelta por la Red y echad un vistazo a las páginas de corte paranormal. Encontraréis, aparte de multitud de chorradas, muchos colores oscuros, ambientes tenebrosos, casas encantadas, cruces de cementerio y desenfocadas y espeluznantes fotos trucadas de fantasmas. Escuditos pseudo policíacos, intrépidos chalecos multibolsillos y términos científicos que, por alguna razón y paradójicamente han adoptado los aficionados al oscurantismo. Verdades de juguete como niños que se disfrazan de piratas.

Aunque los mecanismos sean similares, hay una diferencia entre el aficionado a hacer carreras con cochecitos de juguete y el flamante investigador paranormal. Yo termino la carrera, guardo los coches perfectamente consciente de que son coches de juguete, y sigo con mi vida como si tal cosa. Los aficionados a lo paranormal van perdiendo paulatinamente el contacto con la realidad hasta el punto de llegar a negarla en algunos casos. Para ellos los «misterios» que «investigan» no son de juguete, para ellos son cosas importantes que cambiarían la faz del mundo si no fuera por los macabros hombres de negro. Ya no son niños grandes, son incomprendidos galileos. Y claro, así les luce el pelo.

La Noche me pone (de las memorias de un lactante. Parte III)

Soy un noctámbulo, qué le voy a hacer. Me va la marcha nocturna y no puedo evitarlo. Puede que sea algo genético; tal vez mi tataratataratataraabuelo fuera por ahí vestido de gala y tuviera una parcelita con torreón en ruinas incluído allá en Transilvania. Eso explicaría tambien (fíjate tú) las imparables ganas de succionar que me entran más o menos cada tres horas. Pero no. No creo que sea eso. Mi afición se debe más bien a que, como me paso el día sobando, por la noche tengo ganas de marcha. Creo que el fenómeno incluso tiene nombre científico y todo pero como soy un bebé no lo sé ni me importa. Soy consciente de que durante el día vienen visitas, que voy de mano en mano como la «falsa monea» y casi todos me agitan, me toquetean y se dedican a hacer caras raras. Debo tener una de las mayores colecciones de sonajeros, tentetiesos y demás cosas ruidosas y de colores brillantes que existen porque las visitas no paran de agitármelas delante de las narices. Pero yo no hago mucho caso. Yo sigo a lo mío. Exceptuando los momentos en los que me entra el ansia succionadora cuelgo el cartel de no molestar y me dedico a dormir. Sin embargo, oye, no sé, en cuanto llega papá de hacer lo que quiera que hacen los mayores cuando no están a mi alcance, cuando en la calle se pone oscuro, me entra un no sé qué por el cuerpo; una alegría y unas ganas de marcha… Entonces quiero verlo todo, quiero saberlo todo, quiero que me hagan carazas y me agiten sonajeros.

La cosa empieza en cuanto papá abre la puerta. Entonces lanza su grito de guerra que es como el de Tía Vicenta pero en agradable: ¿¿Dondeestámimachoteeeeeeeee?? Si estoy durmiendo me despierto y me da la risa porque sé lo que viene a continuación: una super-super-pedorreta en la tripa; luego me sube muy alto muy alto, y me zarandea como sólo papá sabe zarandearme y ahí sí que no puedo parar de reír; tanto que una vez vomité y todo. Pero procuro evitar eso porque si vomito se termina la diversión y mamá se pone muy seria. Luego llega el momento del baño, el mejor del día. Primero me dejan en pelotas, eso me encanta entre otras cosas porque las pedorretas dan más risa. Despues me quitan la plasta (expresiones como “control de esfínteres” siguen siendo un misterio para mí) y hala, al baño. Me lo paso pipa chapoteando y tirando del pelo de mamá. Después del baño me ponen el pijama, me meten en la cuna, y ahí sí que empieza la diversión de verdad. Entonces jugamos al «enciende-apaga». La cosa consiste en lo siguiente: mis papás se meten en la cama, apagan la luz y se quedan muy callados. Yo tengo que llamar su atención para que la vuelvan a encender y entonces ellos me cojen y como premio me zarandean un poco cantando. Empiezo con un poco de gu gu gu, ta ta ta, para ir entrando en calor. Pero claro, ellos no me lo van a poner tan fácil. Sigo con unas pedorretas y más ta ta ta. A veces, al llegar este punto zarandean un poco la cuna como diciendo: Venga, ¿eso es todo lo que sabes hacer? Yo me pico y ahí es donde comienza el espectáculo. Primero utilizo el berrido número 1 que quiere decir: “el nene quiere marcha”. Suele funcionar, pero si no funciona paso al número dos que traducido es: “el nene se está impacientando”. Y ahí sí que encienden la luz y me gano mi premio. A veces se ponen duros pero siempre gano yo. Luego, me meten en la cuna y vuelta a empezar otra vez. A veces me duermo, pero otras… buff, las pasamos jugando hasta que amanece. Lo pasamos más bien… Si he he conseguido un berrido especialmente sonoro, hasta juegan a cambiarme el nombre. Ya no me llaman mi nene guapo, entonces me llaman tu hijo. Sin embargo una noche ocurrió algo. Llevaba ya mucho rato con el berrido número 2 pero no parecía surtir efecto. Como no me hacían mucho caso y no parecían dispuestos a encender la luz y jugar conmigo, me dije: nene, a grandes males grandes remedios, estos han subido el listón. Elegí el berrido número 3, el que significa literalmente «el nene está muy cabreado», tomé aire, y me puse a berrear hasta ponerme rojo. Y funcionó. Encendieron la luz y se pusieron a mecerme por turnos pero yo ya le había cogido el gusto a la cosa y pasaba de callarme. Parece que se me fue la mano. Se pusieron muy serios, se vistieron, me metieron en la cuna de ir en coche, y allá que nos fuimos los tres. Yo estaba asustado porque pensaba que me había pasado y me iban a dejar en el portal de un convento con una notita. Sin embargo me equivoqué. Fue peor aún.

Reconocí el hospital por el olor y las luces brillantes. Mala marcha –me dije-, por ahí debe andar el tipo de la cara tapada. Así que hice lo que todo bebé inteligente habría hecho en mi lugar: me quedé callado como una puta. Y mira que me provocaron ¿eh? Me desnudaron, me toquetearon, me metieron cosas raras en las orejas y en la boca, pero yo aguanté el tipo sin berrear ni una sola vez. Si acaso algún gugugu y alguna sonrisilla como diciendo: venga va, que no era más que un juego, somos personas civilizadas. Y funcionó. En seguida volvimos a casa. Mis papis me hicieron más carantoñas y me mecieron antes de meterme en la cuna pero yo estaba enfadado y decidí que esa noche ya no quería jugar a enciende-apaga. Bien pensado creo que no les gusta demasiado el juego pero yo creo que es porque no lo han probado lo suficiente. Eso sí, no he vuelto a usar el berrido número 3. Y es que mis papis son guays (sobre todo mi mami que es la mami más guapa del mundo) pero tambien son un poco muermos. Será que son mayores.

Toca Madera... (II y afortunadamente final)

Como lo prometido es deuda, por mucho que nos arrepitamos de hacer ciertas promesas –y este, te aseguro que es el caso- hoy vamos a terminar de una puñetera vez con el comentario de la revistita de marras, entendiendose revistita tanto en su sentido literal como en su sentido más peyorativo. Para ir haciendo boca vamos a meterle mano a la entrevista del mes.

El afortunado es un tal Sandro Rey que viene definido en el encabezado como un hombre sencillo, con las cosas claras, altos valores esotéricos, y destilando humanismo. Tambien nos dicen que es la viva imagen de lo insólito en el siglo XXI. Yo puntualizaría esto último y diría que más que viva imagen de lo insólito es una imagen insólita. Supogo que podría escanear una foto y colgarla por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, pero me da una pereza que pa qué enchufar el escáner ahora; así que tendrás que conformarte con una sucinta descripción. Vamos a ver… no creas que es fácil, al fin y al cabo se trata de describir la viva imagen de lo insólito y todo eso. Vamos a intentarlo. Imagina un digno guerrero sioux ¿Ya? Vale. Ahora imagina un digno guerrero sioux que tiene serios problemas con el agua de fuego, y que un buen día se le cruzan todos los cables y se pone en manos de un cirujano plástico especialmente entusiasta y de un estilista que se quedó anclado allá por los años 60 y acaba de descubrir los cardados. Si a eso le añadimos un jersey de cuello alto de esos brillantes y de un indescriptible color morado y una discreta raya perfilando los ojos ya tenemos la viva imagen que buscábamos. A grandes rasgos, el «señor» este parece ser un sacacuartos al uso. Nada nuevo: medium, tarotista, y tal y tal; aparte de las consultas tambien se realizan en su centro cursos al uso: tarot, magia, meditación sensitiva… Pero tambien hay algo que no termino de pillar y aquí es donde pido que me eches una mano. Si entiendes algo no dejes de compartirlo conmigo. Porque según el jeta este, en su gabinete se practica algo llamado «regresión psicogenética». ¿Qué es eso? Pues no tengo ni puta idea, por eso me permito reproducir el párrafo donde él mismo nos explica el rollo a ver si tú eres menos cabezadura que yo. Al preguntarle el entrevistador en qué consiste la cosa esa él responde: «Yo contemplo la estructura del cerebro en tres niveles: inconsciente colectivo, consciente y subconsciente. La regresión psicogenética sirve para reestructurar la parte psíquica del ser humano y penetrar en el Yo interno para, de alguna forma, regular los arquetipos hemisferiales del ser humano. Esto es lo pragmático, material y cartesiano, con lo que es más intuitivo, abstracto y espiritual.
»la regresión psicogenética sive para que el paciente vuelva a entrar en contacto con el inconsciente colectivo. Así penetra en aquellos valores y conocimientos atávicos y universales que están dormidos y que al despertarlos pueden ser de gran ayuda para mejorar su vida». Fin de la cita. Y esto lo dice alguien que a la pregunta de qué es lo que no soporta de una persona responde que le fastidia la falta de claridad. Pos vale. Por lo que yo he entendido despues de desechar la paja pseudo-académica –o el arte de decir lo menos posible usando las palabras más gordas que tengamos a mano-, la cosa de la regresión de marras consiste en intentar que el pardillo de turno termine de perder el contacto con la realidad y poder así sacarle los cuartos con más facilidad. En cuanto al desarrollo de la técnica, por lo que se puede dilucidar, musicoterapias y relajaciones profundas aparte, se parece sospechosamente a los métodos clínicos de psiquiatras y psicólogos. Tal vez alguna asociación de estos dignos licenciados conozca tambien unas palabras mágicas: intrusismo profesional, con todas las presunciones que queramos, pero intrusismo. Aparte de sus actividades y su actitud pragmática al tiempo que espiritual ante la vida, su rechazo ante «la falta de humanidad, de ética y de moral» entre los «profesionales del sector», el amigo Sandro nos cuenta su «experiencia más estremecedora» que consistió algo así como en un remake de El Exorcista en el cual, se presentó en su consulta una chica que había sido poseída por una energía negativa durante una sesión de oui-ja. Pero él, como un machote, a pesar de que la pobrecilla hacía muecas y echaba espuma por la boca, la mantuvo a raya crucifijo en ristre proyectando paz y armonía mientras su esposa –que es bruja- le hacía a la afectada cosas raras con un huevo. El momento culminante es cuando la santa esposa del sioux, haciendo oídos sordos a todos sus instintos de ama de casa amante del orden, estrella contra la pared el huevo, que explotó «derramando sustancias oscuras que manaban de su interior». Despues de eso, todo volvio a la normalidad, y la chica fue feliz y comio perdices, aunque sospecho que no probó la tortilla en una temporada. De este relato, la conclusión que yo saco, es que el tal Sandro puede que sea un jeta, pero es un jeta con imaginación. Una imaginación algo viciada por las películas de terror de serie B, pero imaginación al fin y al cabo. Aunque… despues de leer sus precicciones para el 2005 dudo. Dudo seriamente. Porque despues de varias vaguedades sobre el panorama político nacional, y de afirmar que el PSOE volverá a ganar las próximas elecciones –no sin antes decir que ya predijo en «distintos medios de comunicación» la victoria de 2004-, nos dice que «considera que el mandato del Papa [Juan Pablo II R.I.P.] dificilmente se prolongará más de dos años». Muy dificilmente diría yo. Termina con el otro tema estrella para cualquier adivino de tres al cuarto: Nuestra Princesa Real, la asturiana, quedará regiamente embarazada para dentro de un año o año y medio. Como regresor psicosomático no sé, pero como adivino le auguro pocos aciertos aunque no menos futuro que a cualquiera.

Despues de la entrevista nos saltamos un par de secciones de relleno, las instrucciones para llevar a cabo un ritual que atrae el dinero para el que necisitamos una llave, una caja, y no sé qué chorradas más aparte de un cuajo como el de un tahur para aguantarnos la risa, corremos un tupido velo sobre el perfil mágico del copulador profesional del que hablaba en el post anterior, pasamos mucho de un artículo perfectamente obviable que habla sobre piedros energéticos, y llegamos, por fin y sin más dilación a la ansiada página 30.

Aquí se habla de los shuar, más conocidos como jíbaros, y más conocidos aún por la desagradable costumbre que tienen, o tenían de reducir las cabezas cortadas de sus enemigos con la sana intencion de fabricarse llaveros… o algo parecido. Artesanía étnica creo que se llama. El artículo lo podemos pasar muy por encima. Datos históricos, datos antropológicos, todo bien rebozadito de chamanes, fuegos, calderos, rituales mágicos y demás aditamentos al uso. Nada que no podamos encontrar en una buena enciclopedia pero con menos misticismo y menos magufada. Lo que realmente nos interesa de este artículo es el final o la «guía básica para la reducción de cabezas»; así, tal cual, como si se tratara de describir los pasos a seguir para un trabajo de manualidades. La guía de marras viene presentada con la estructura de una receta de cocina comenzando por los ingredientes. A saber: necesitaremos «una cabeza de enemigo, agua purificada por el chamán, caldero mágico, hierbas seleccionadas…» todo eso y más. Luego se nos describe en diez pasos el proceso a seguir para conseguir una auténtica y genuína cabeza reducida de enemigo. Supongo que es comprensible que no me pare en los pasos a seguir porque son tan desagradables como cabe imaginar. Pasaré directamente a la última frase que me ha hecho gracia. «por último se terminará el fetiche tintándolo con cremas y aceites naturales». Claro que sí, deben ser cremas y aceites naturales y, a ser posible imantados y pasados vuelta y vuelta por la pirámide energética; no vaya a ser que el llavero nos pille una alergia en el último momento. Hay que joderse. Y todo ello lo cuentan utilizando, ya digo, la estructura y el estilo de cualquier receta de cocina. Eso sí, al final nos advierten en una nota que «lamentablemente se desconocen tanto las hierbas utilizadas en la cocción como las cremas o grasas utilizadas en la tintura». O sea, que nos tendremos que apañar como podamos con un poquito de perejil, su puntito de hierbabuena y crema anticelulítica de JonsonsandJonsons.

Despues de tomar una manzanilla, mano de santo para aposentar estómagos alborotados, pasamos al artículo central. Las casas encantadas. Y volvemos a desilusionarnos. Que si golpes, que si efluvios apestosos, que si manifestaciones sobrenaturales… vamos, lo de siempre. Sin embargo tambien aquí nos sorprenden los redactores de la revista con algún detalle digno de jolgorio. Por ejemplo, nos dicen que si tenemos «gases injustificados» (supongo que estos deben estar relacionados con los efluvios apestosos) es señal de que «algo está pasando». Bueno… ejem… pues entonces mi casa debe ser algo así como un híbrido entre el garito de Polstergeit (o como se escriba) y el Cortijo Jurado. Al final nos dan unos útiles consejos como que ventilemos el hogar al menos dos veces al día aunque haga frío. Joder, cómo se nota que el aconsejador de turno no ha estado nunca en mi pueblo en pleno invierno (hasta doce grados negativos este año) y tampoco tiene que pagar las facturas de calefacción. Hay que purificar las estancias de la casa con incienso; ojo, no perfumar sino limpiar. Pues va a ser que no estoy de acuerdo. A mí no me disgusta el incienso; sin embargo, por mi experiencia se que más que limpiar, su humo lo que hace es como todos los humos serios del mundo mundial: tiznar las paredes. Tambien hay que evitar ser portador de malos rollos por no se qué asunto de «miasmas negativos». Bueno, supongo que eso es de cajón; aunque más que de evitar encantamientos se trata de evitar que la legítima te arree un sartenazo o haga las maletas y se vuelva con su mamá. Una cuestión de convivencia vamos; no de fantasmadas. Más tarde se ponen categóricos y nos aconsejan que cuando la discusión y el mal rollo no se puedan evitar, pase lo que pase que nunca se desarrollen en la cocina ni en el dormitorio. Bueno, eso es de sentido común. Por una parte las cocinas suelen estar llenas de objetos punzantes y contundentes, y por otra parte si tienes pelarza en el dormitorio existen muchas posibilidades de que te quedes sin tralari-tralari y además tengas que pasar la noche con una espalda acusadora. Para llenar nuestra casa de buenas vibraciones nos aconsejan tocar una campana de vez en cuando. Eso lo tengo solucionao; en mi casa el timbre es de esos que hacen ding dong. Para terminar nos aconsejan poner música relajante. No está mal. A mí me encanta la música clásica. Sobre todo las obras escritas para violoncello o contrabajo. Aunque si tengo el cuerpo guerrero tambien me gusta pegarme alguna sesión de AC/DC y similares, algo que va bien para descargar adrenalina pero de relajante tiene poco. Y oye, aún no ha venido ningun espíritu para ordenarme que baje el volumen.

No quiero terminar sin pasar, aunque sea por encima, sobre una magufada que no conocía y me ha llamado la atención. La lectura de los dátiles. Anda que no. Quiero advertir que esta es una mancia un poco asquerosa. El proceso es más o menos como sigue: preparas una superficie de lectura –o sea, una mesa o algo parecido-, luego te llenas la boca de dátiles y mientras tratas de tragártelos, reflexionas, meditas y haces todo eso que se suele hacer. Hecho esto –y aquí viene lo asqueroso- tienes que escupir los huesos sobre la superficie de lectura y dependiendo de cómo caigan sacar conclusiones. Resulta ser que los huesos de dátil tienen una raya en un lado y un circulito en el otro (¿de qué me suena a mí eso de cero palo cero palo?). Pues bien: dependiendo si salen ceros o palos la cosa es positiva o negativa. Lo que no dicen es qué pasa si el hueso cae de lado y no sale ni cero ni palo. Al fin y al cabo, con lo pegajosos que deben estar los huesos de dátil recien escupidos esa es una posibilidad que se dará no pocas veces.

Y esto es todo amigo. Me dejo cosas en el tintero: mandalas, chakras, … pero ¿sabes qué te digo? Que estoy hasta el aparato genital de tanta chorrada junta. Así que, si estás lo suficientemente enfermo como para querer ampliar información, no dudes en decírmelo y te haré llegar la revistita de las narices donde gustes indicarme. Portes debidos, eso sí, que una cosa no quita la otra.

Toca Madera...

El panorama magufoide patrio, en su vertiente más popular y kiosquera está de enhorabuena. Desde hace unas semanas contamos en nuestros puntos de venta habituales o no, con una nueva publicación que viene a engrosar la ya de por sí surtidita fauna y, ya de paso abrir nuestras mentes cual puerta de chiqueros para darle entrada al morlaco de la maravilla más pachanguera. El nombre de la cosa es «Toca madera y conviertete en mágico». Ahí es na. Pero pongámonos en antecedentes.

Hace bastantes años, era yo cliente irregular de publicaciones como Ano Cero y Más Allá de la estulticia. Sin embargo hace tiempo que no compro ninguna publicación de este tipo. Vale, soy consciente de que para criticar algo hay que conocerlo primero, sin embargo para encontrar maguferías ya no hace falta pasar por el kiosco, un simple paseo por la red de redes suele bastar y sobrar para encontrar material. Además, este tipo de publicaciones suelen pseudoplagiarse en sus postulados y, qué quieres que te diga, conozco formas mucho mejores de aburrirme. La publicación que nos ocupa hoy, por haberme pillado en un día tonto, y además tratarse de una primera entrega, constituye una notable excepción que, me temo va a confirmar mi regla de no gastar dinero en chorradas durante bastante tiempo.

Decir que es un bodrio sería mucho decir. Pero echémosle un vistazo superficial antes de entrar en detalles que por un motivo u otro han llamado mi atención. Para empezar nos damos cuenta de que con la excusa del regalito de rigor –un «oráculo azteca» en este caso- la cosa viene profilácticamente plastificada. Para evitar contaminaciones por malas energías supongo. O más bien para evitar un hojeo previo al pago; sana medida ésta, que en este caso echaría para atrás hasta al magufo más recalcitrante. Otro detalle en el que reparamos nada más aflojar los 2.90 € que cuesta la broma, es en su patética delgadez: 68 páginas incluyendo las tapas, y aparte el regalo: una cartulina troquelada y llena de colorines en el anverso y frases chorras en el reverso que contiene las 16 cartas de que consta el oráculo de marras, cartas que, si nos atenemos a las instrucciones de uso y disfrute deberemos separar siguiendo las líneas de puntos y usando la mano izquierda. La cara de tonto que se le queda a uno al sopesar el producto mientras la caja registradora hace cling cling, se agudiza al comprobar que de esas 68 páginas, 14 están dedicadas a la publicidad del ramo. A saber: mucho 806, mucho colorín místico, mucho careto esotérico, y mucho –esto mucho más mundano- simbolito de Visa, Mastercard y demás trocitos de plástico que hacen nuestra vida más fácil.

Vamos a ver qué nos queda. El titular central de la portada está dedicado a las casas encantadas, tema este, como todo el mundo sabe de candente actualidad. Tambien se trata la lectura de los huesos de los dátiles –esta magufada no la conocía- y, cágate lorito, prometen mostrarnos el rincón oculto de un actor porno; que dado el oficio del paisano debe andar por debajo de las uñas sobre poco más o menos. Lo del actor porno descoloca un poco pero se comprende enseguida; porque si echamos un vistazo a los créditos, nos damos cuenta de que la empresa editora es nada más y nada menos que Adult Video Films S.L.. Organización que como todo el mundo sabe es mundialmente conocida por sus acojonantes –y nunca reconocidos por la ciencia oficial- logros en la cosa de exponer, investigar, y dar solución a todo tipo de misterios para-anormales.

La editorial, a modo de presentación y firmada bajo pseudónimo –claro- nos deja claras un par de cosas. A saber. A la abajofirmante le encannnta escribir, y lo hace muy bien, pero como sus posibles lectoras son gilipollas no va a hacerlo tan bien como sabe porque no pillarían ni una. Tambien queda más o menos claro que la abajofirmante –La Bruja por mal nombre- tiene un don y sabe cosas que, de hacerse públicas conseguirían que nos hiciéramos caquita en los pololos pero que no piensa contárnoslas porque ella es una persona enrollada y consciente de que el coeficiente intelectual medio de su parroquia es comparable, en textura y amplitud, con el de un botijo de esos de «estuve en Valdetortas y me acordé de ti». Poco despues en una maniobra de acercamiento consistente en un guiño cómplice, nos cuenta de que ella, dones aparte, tambien es un ama de casa dinámica, de su tiempo y tal y tal. Otro cómplice «bienvenidas» nos deja claro a qué tipo de público va dirigida la revista: ama de casa de mediana edad y con una formación académica media-baja. Aquí me permito un inciso para poner de relieve algo que «La Bruja» parece no saber: las amas de casa de mediana edad y con una formación académica media-baja distan muchismo de ser tan gilipollas como ella parece creer; y llevan a cabo todos los días, y cuando digo todos los días quiero decir TODOS LOS DÍAS, tareas que harían que un tiburón de Wall Street se pusiera a llorar como una magdalena de encontrarse en la misma situación. Y sin despeinarse ni perder la sonrisa. Con dos cojones.

El sumario podría obviarlo, sin embargo llama la atención que nos prometan, que cuando lleguemos a la página 30 aprenderemos las técnicas jíbaras para reducir cabezas. Una enseñanza de bastante mal rollo, me permito añadir.

Y llegamos a la sección de curiosidades. Aquí nos encontramos con que un tal Edgar Friendich nos conmina a que no pensemos. Bueno, es lógico. Y digo más, si existiera un libro sagrado para el magufete de infantería, creo que ese sería su primer mandamiento. Luego el fulano se explica. La razón para no pensar es la existencia de «vampiros psíquicos»; unos pseudo-jetas que se dedican a robar buenas ideas. Más tarde la cosa se suaviza, y resulta que lo que no debemos hacer es verbalizar nuestras ideas geniales no vaya a ser que cualquier vivales nos las fusile. Pues bien, todas estas chorradas en doce líneas a media página. El julai este del Edgar (del que viene una foto muy meditabundo él y como sujetándose con el pulgar las ideas para que no se le escapen) creo que antes se dedicaba al espionaje industrial pero lo echaron por gilipuertas. La sección de curiosidades, despues de varias chorradas más sobadas que la pechuga de la Berrocal, termina contándonos cómo los semáforos nos indican la forma de dirigir nuestras vidas. Si los encontramos siempre en verde: de puta madre, si están en ámbar: mal rollito pero tiene arreglo, si se ponen coloraos a nuestro paso: chungo chungo chungo.

Con ese nombre no podía faltar una sección llamada Mundo Supersticioso y subtitulada «por si acaso…» y está dediciada precisamente a eso, a las supersticiones. Bueno, podría ser peor, podrían llamarlas «sabiduría popular». Aquí más chorradas más vistas que el funeral del Papa y algo original. Resulta que si hacemos puenting, debemos hacerlo en luna creciente y levantando la pata izquierda en el momento del salto. Tambien se nos recomienda que, mientras caemos, en lugar de gritar Jeronimooooo y hacernos pipí encima, pensemos con fuerza en un deseo. En mi caso, el deseo fue: «que aguante la cuerda, porfa, que aguante la cuerda y no volveré a hacerlo». Y oye, funcionó. Y eso que había luna nueva y yo tenía resaca. Eso sí, unas gotitas se me escaparon.

Y por hoy ya está bien. Tengo hora con mi charlatán de cabecera para que me de un masajito en el yo interior y me ponga los chakras a punto de nieve. En un próximo post entraré más a fondo con algunos artículos de la revistita de marras justo antes de que acompañe al oráculo azteca en el sueño de los justos del contenedor de reciclado de papel. Sin embargo antes de irme quiero emular a mi admirado Juan Dámaso (Vidente) y hacer una predicción: a esta publicación le veo yo menos futuro que a un consolador en la puerta de un convento.

Interludio (de las memorias de un lactante. Parte II)

Poco tengo que contar sobre mi estancia en el hospital durante mis primeros días. La protección constante de mis papis unida al bendito control de visitas convirtió mi vida recién estrenada en una constante siesta salpicada de vez en cuando por alguna que otra tetica. Al parecer los familiares políticos hembra de pelos raros tenían prohibida la entrada (estoy casi convencido que papá-satélite y el tío empujacamas tenían mucho que ver en eso) y, si bien de vez en cuando podía escuchar los ominosos sonidos que hacen al moverse por el mundo y que se ven redoblados cuando alguien se atreve a llevarles la contraria, éstos no eran para mí más amedrentadores que los que haría… digamos un león furioso de 250 kg. Visto por la tele. Sin embargo, un día y despues de efectuar una impecable operación de infiltración, Tía Vicenta consiguió forzar el bloqueo. Los pocos pelos que adornaban mi cabezota se pusieron como escarpias al escuchar el acojonante grito de guerra que lanzó no bien hubo abierto la puerta de la habitación: ¿¿¡¡Aaaayyyy…comoestámichiquirriquitinnnnn!!?? Los mofletes empezaron a escocerme casi sintiendo ya el doloroso pellizco que suele seguir a ese grito. Entonces, cuando ya todo parecía perdido, Super-Mamá vino al rescate: «Ay tia, no sea usted escandalosa que el nene ha pasado muy mala noche y ahora está durmiendo». Mentira cochina claro, yo estaba perfectamente despierto y había pasado una noche perfectamente normal vociferando como un animal. Sin embargo, en un alarde de sangre fría unida a un instinto ancestral de conservación que impele a todo cachorro, sea cual sea su especie, a quedarse inmóvil ante cualquier peligro grave, mantuve el tipo sin dar señales de vida hasta que pasó el chaparrón. Me porté como un machote.

Y por fín llegó el gran día. Por fín nos fuímos a casa. Ya tenía yo ganas de conocer mi reino. ¡Temblad objetos frágiles! ¡Temblad animales de compañía! El Rey… ¿Qué digo Rey? El Emperador de la casa ha llegado. La idea cuando salímos del hospital era ir controlando ya todos los enchufes, cajones, y otros objetos y lugares potencialmente peligrosos de la casa para ir haciéndome una composición de lugar. La realidad es que el meneíto del coche unido a la barriga llena me quedé sopa y sólo me desperté cuando me pusieron en la cuna con lo cual tuve que dejar la inspección para más tarde; no pude dejar de notar sin embargo, que mi habitación estaba amueblada y decorada con exquisito gusto: Winny de Pooh, enanitos y pitufos varios, piolines y gatos de peluche… un decorador del Corte Inglés no podría haberlo hecho mejor. Y es que soy un bebé con suerte. Mis papis (sobre todo mi mami que es la mami más guapa del mundo) son guays.

Las Increíbles pero no por ello menos Verídicas memorias de un lactante (I).

… Y un buen día, por fin nací. Y conste que lo de “buen día” no es más que una licencia literaria porque lo mío no fue un acto voluntario. Más bien me vi impelido hacia un angostísimo pasaje, desterrado de la cálida humedad que hasta entonces me había rodeado tan confortablemente, expulsado del paraíso y para más escarnio, en pelotas. Todo muy vejatorio si comprenden lo que les quiero decir. En fin… a lo hecho pecho –pensé-, además tenía curiosidad. Los sonidos que hasta entonces me habían llegado del mundo exterior eran a veces de lo más sugerentes; sin embargo mi primer vistazo no fue nada tranquilizador. Una luz cegadora y un tipo con la cara tapada me estaban esperando. Mal rollo. Todo el mundo mundial sabe que los tipos con la cara tapada no suelen tener buenas intenciones; y la experiencia vino a darme la razón. Aquel salvaje (por llamarlo de alguna manera, al fin y al cabo soy aún pequeño y no conozco demasiados adjetivos) me agarró por los pies y, justo cuando estaba a punto de pedir explicaciones y de paso darme cuenta de que mi control sobre las cuerdas vocales era aún muy limitado, comenzó a sacudirme estopa ¡en el culo! La situación era desesperada. Perra suerte, nada más nacer darme de morros como quien dice con un psicópata. Así que hice lo que toda persona bien nacida (y esto es, insisto, un eufemismo) habría hecho en mi situación: me puse a berrear como un descosido. Decisión que resultó ser de lo más acertada, porque cuando ya creía llegada mi primera y última hora, una señorita preciosa vino a rescatarme de las garras del psicópata maltratador para sumergirme inmediatamente en un reparador baño caliente. Como estaba agradecido y no tenía dinero para invitarla ni siquiera a un café, decidí obsequiarla con la más luminosa de mis sonrisas que, todo hay que decirlo, no resultó demasiado luminosa al carecer como carecía yo de dientes. Sin embargo sus grititos de sorpresa y alegría me indicaron que la cosa había surtido el efecto esperado. La tenía en el bote.

Después de pasar lo que debían ser los trámites de inmigración firmando el papeleo por el espartano método de estampar mi piececito manchado de tinta en un papelote (como comprenderán tampoco es que tuviera licores ni divisas que declarar) me envolvieron en una manta, me pusieron un gorrito, y me instalaron en una cama junto con una señora que, por el olor deduje que debía ser mamá y por el tamaño de sus tetas llegué a la conclusión de que transcurriría mucho tiempo antes de que yo pasara hambre. Todo parecía ir bien así que decidí relajarme. ¡Que equivocado estaba! Estaba a punto de entrar en contacto con un espécimen estremecedor: un familiar político hembra de más de cincuenta años. Experiencia traumática donde las haya. Me las prometía yo muy felices planeando tomarme una tetica y pegarme una siesta; arrullado por el bamboleo de la cama, la penumbra de los pasillos y el calorcito de mamá, cuando salimos a una zona muy iluminada y se desató el Armagedón. Flashes de cámaras, gritos, y la dueña de una cabellera cardada y de un indescriptible color (entre morado y azul) que vociferaba a cinco centímetros de mi cara soltando perdigonazos desde una boca pintada de un obsceno color rojo y que olía a cebolla: acababa de conocer a tía Vicenta. Aún me estremezco al recordarlo. No contenta con los perdigonazos la arpía esa incluso amenazaba con pellizcarme los mofletes. Algo que está terminantemente prohibido por la Convención de Ginebra (o lo estaría si el texto lo hubiera redactado un lactante). La cosa empezaba a ponerse peligrosa, así que recurrí a mi arma secreta: me puse a berrear otra vez. Pero esta vez no funcionó. Alguien que identifiqué como papá porque llevaba un rato orbitando alrededor de la cama como un satélite feliz vino en mi ayuda tratando de sujetar a esa ametralladora de saliva, pero la cacatúa parecía haberse vuelto loca y repartía besos pringosos, perdigonazos y pellizcos a diestro y siniestro. La cosa empezaba a adquirir tintes de catástrofe humanitaria cuando llegó la salvación en forma de ascensor y la pesá de tía Vicenta fue rechazada heroicamente por papá y el tipo que empujaba la cama. Cuando se cerraron las puertas volvió la tranquilidad pero yo estaba indignado y como no podía insultar, berreaba. Quería una tetica, quería echarme una siesta, quería que me dejaran en paz.

Sábado noche.

Las estrellas titilaban luminosas y frías, ajenas a todo, en el cielo invernal. La luna, en cuarto menguante luchaba infructuosamente por eclipsar su brillo, mientras un resplandor rosado en el esteanunciaba la cercanía del amanecer. Sin embargo, todo seguía oscuro. En una carretera secundaria, los faros de un coche, perforaban la oscuridad; ajeno su conductor a la belleza del cielo invernal. Bastante borracho; muy borracho a decir verdad. El cuerpo echado sobre el volante, los ojos enrojecidos por el alcohol intentando ver con claridad las rayas blancas de la carretera y las señales que parecían empeñadas en no quedarse quietas. Sabina, contaba en el radiocasette a todo volumen sus encuentros amorosos con una viuda. ¡MIERDA! El coche hizo volar chispas al pasar rozando el guardaraíl. Otro rascón. Y van… El conductor corrigió a duras penas la trayectoria y volvió a la carretera dando bandazos. Al recuperar el control, volvió a felicitarse por haber cogido esa carretera. Por la otra ruta, habría llegado antes y más cómodamente. Sin embargo era una carretera más transitada y a esas horas con toda seguridad encontraría controles de alcoholemia. Si, en verdad llevaba una trompa impresionante. Esa carretera, tenía peor asfalto, más curvas, y discurría en casi todo su trayecto por una zona boscosa y aislada. Pero no era eso lo que inquietaba al borracho. No eran las curvas, ni que por esa carretera pasara tan poca gente que, de sufrir un accidente podrían tardar días en encontrarlo. No. Lo que realmente lo inquietaba era la casa. Se levantaba en una ladera boscosa a cincuenta metros de la carretera como un centinela maligno. Sus ventanas cerradas como los ojos de un ídolo ciego que todo lo vieran. Él sabía que veían; y vigilaban con hostilidad. La gente sencilla de los pueblos de alrededor evitaba la casa; se contaban historias en las noches de invierno, alrededor de la lumbre y con una bebida caliente en la mano que ponían los pelos de punta. Historias de muerte, asesinato y violencia. Pero esas no eran las peores, al fin y al cabo la violencia, es un mal humano. Perpetrado por humanos y por ello comprensible. Las peores historias, se referían a luces malignas que paseaban por sus pasillos, gritos aterradores que salían de sus sótanos. Historias de locura de caminantes de antaño a los que había sorprendido la oscuridad cerca de la casa y habían sido encontrados días después vagando por los campos como espectros babeantes de ojos vaciados por la demencia.

El conductor conocía esas historias y, aunque no las creía, lo inquietaban. Sobre todo cuando la luz del día cedía su puesto a las ignotas sombras de la noche. Sobre todo cuando la casa estaba tan cerca. De ser de día ya podría verla agazapada, como al acecho arropada por los oscuros pinos de la ladera. A pesar de la oscuridad, sabía dónde estaba, no podía verla pero, a pesar de las brumas del alcohol, podía advertir su malignidad; su hostilidad. Si pasar cerca de la casa durante el día producía intranquilidad, hacerlo en la oscuridad, producía, simplemente miedo. Un miedo infantil e inconfesable a lo desconocido. Un miedo que no debía tener lugar en la era de la informática y la luz eléctrica. Sin embargo, era ese miedo el que atravesaba como un cuchillo helado la agradable semiinconsciencia de la borrachera llegando directamente al alma. Ese miedo, le impulsó a acelerar un poco más a pesar de las curvas; a pesar del peligro tangible de salirse de la carretera, allí acechaban otros peligros. La casa se acercaba. Cuando pasara, levantaría el pie del acelerador y se reiría. Pero ahora no. ahora quería pasar cuanto antes. Dejar atrás su maligno influjo y llegar cuanto antes donde hubiera luz. Luz de farolas, de carteles luminosos. Civilización. De pronto, en plena curva, notó cómo el coche intentaba irse hacia la derecha a pesar de que las órdenes que le daba con el volante decían lo contrario. Aterrado, aceleró aún más pensando en fuerzas malignas que querían atraerlo hacia la casa. Al tiempo que las ruedas pisaban la gravilla de la cuneta, le llegó un olor a goma quemada. A su pesar, frenó, de no haberlo hecho se habría salido de la carretera volcando. Tan cerca de la casa…

Hacía frío y su aliento se condensaba en nubes de vapor al respirar. A pesar de la gruesa chaqueta, sintió frío en los huesos al ver lo que había ocurrido. Un pinchazo. Una blasfemia sonora como un latigazo acudió a sus labios pero no llegó a salir. Vio dónde estaba. Junto al coche, había un camino cerrado con una cadena de la que pendía un cartel que prohibía seguirlo. Que prohibía ir a la casa. Como si alguien quisiera hacerlo por propia voluntad. Sintiendo los testículos como oprimidos por una mano fría, abrió el maletero y sacó el gato y la rueda de recambio. Continuamente, volvía su mirada hacia el camino. A cincuenta metros, por ese camino, se agazapaba el terror. Con movimientos torpes de borracho, levantó el coche con el gato. Apretaba ya los últimos tornillos con el pelo de la nuca erizado como esperando un golpe - se había obligado a no volver la vista hacia la casa - cuando escuchó pasos en la gravilla del camino. Se volvió con los ojos desencajados empuñando la llave del gato como un arma. Por el camino bajaba un anciano rechoncho impecablemente vestido con un traje negro. Saludó sacudiendo una mano. Blanca y fina, casi femenina que no parecía ir en consonancia con su pelo blanco y su cuerpo regordete.

- Buenas noches joven.

El hombre se tranquilizó un poco al oírlo hablar con su voz amable de anciano. Al ver su sonrisa amistosa. Sin embargo, sus ojos, jóvenes en su rostro viejo. Su piel tan lisa y sin una arruga.

- Veo que ha tenido un pinchazo. Si puedo ayudarle en algo…- su sonrisa se ensanchó dejando entrever el brillo de unos dientes muy blancos.

El borracho sonrió a su vez contagiado por la sonrisa inofensiva del abuelo “dentadura postiza”, pensó. El anciano miró comprensivo la llave del gato que él aún sostenía en alto. Sintiéndose avergonzado de su actitud agresiva la dejó caer al suelo sintiéndose ridículo.

-Cómo podía tener miedo del simpático abuelete que ahora miraba la rueda de recambio como comprobando que estuviera bien puesta?

- ¿Le apetece un café joven? aquí arriba, no tengo casi nunca ocasión de conversar con gente tan simpática como usted.

En la mirada del anciano había ahora un punto de ansiedad. Como en la mirada de un niño ante el escaparate de una pastelería. Esa mirada hizo volver al miedo. Eso, o la visión de los dientes. Un poco demasiado largos, un poco demasiado puntiagudos. La parte racional del cerebro del borracho pensó fugazmente que el dentista que había hecho esa dentadura postiza -tenía que ser postiza -, era un chapucero.

- Se lo agradezco de verdad, jefe, pero ya he desayunado… A demás, tengo un poco de prisa, he quedado… Quizá otro día. - se excusó mientras le daba la espalda para dirigirse al coche, sin recordar la llave del gato en el suelo, sin recordar que el gato seguía puesto.

Entonces llegó el ataque. Inusitadamente rápido; el anciano se abalanzó sobre él cuando ya tenía la puerta del coche abierta. Cogiéndolo del pelo, echó su cabeza hacia atrás con una fuerza atroz, dejando el cuello al descubierto. Su aliento olía a osario, su mirada ya no era bondadosa, sólo hambrienta.

- Pero yo no he desayunado aún.
Entonces, sintió los dientes en su cuello y comprendió antes de hundirse en el olvido que la dentadura no era postiza, que no había ningún dentista incompetente.

Y el vampiro se alimentó una vez más. Mantuvo su boca en el cuello hasta que notó que ya no quedaba más sangre. Negando así toda posibilidad de que su presa se levantara convertido en un no muerto como él. Saciado, dejó caer el cadáver desmadejado que inexplicablemente tenía una sonrisa boba pintada en los labios. Después de deshacerse del cadáver y del coche - odiaba los coches porque siempre eran un problema. ¡Qué tiempos aquellos en los que la gente viajaba a pie! - volvió satisfecho a la casa. Antes de entrar, decidió quedarse un rato a disfrutar de la noche. Su reino. Se sentía bien. Como no se había sentido en muchos años. Saciado, contento y con una extraña euforia que corría por sus miembros. Se sentía poderoso, invencible. Al llegar a la casa, tropezó con el primer escalón que daba a la puerta. A pesar de la agradable sensación que lo invadía, se sentía torpe y embotado. Una extraña sensación que no sentía desde hacía muchos años. Cuando aún estaba vivo. Al tocar el picaporte de la puerta, notó una extraña quemazón en la nuca. Se volvió lentamente y el primer rayo de sol del día lo saludó dándole de lleno en la cara.

Cagüen la leche. Dijo justo antes de disolverse en la luz. Antes de quedar reducido a polvo con un ruido parecido al de una pompa de jabón al reventar. Una ráfaga de aire, esparció las cenizas llevándolas quién sabe dónde. En el escalón de piedra desgastada por años de lluvia y viento sólo quedaron cuatro colmillos blancos. Uno tenía una caries.

Y es que, como cualquiera de sus congéneres más cosmopolitas habría sabido; es peligroso alimentarse en sábado noche de alguien que acaba de salir de una discoteca atiborrado de alcohol de garrafón. El garrafón embota los sentidos, ralentiza los reflejos y deja una resaca terrible. ;-)

El manzano y el Rey.

El Monte del Borrico Extraviado se yergue imponente cerca de Salannah dominando la ciudad como un descomunal centinela o como un padre demasiado controlador junto a una hija con falda demasiado corta. Sus laderas están cubiertas de verdes bosques y está plagado de lugares misteriosos y legendarios. No voy a contar todas esas leyendas porque la mayoría son muy aburridas y previsibles y además, me llevaría todo el día y toda la noche hacerlo. Hoy nos interesa un lugar en particular de ese monte. Es un valle abierto al sur más o menos en mitad de la ladera. Su nombre, el Valle del Roble parlante. Sugerente ¿verdad? En realidad si conocemos su historia no lo es tanto. El valle debe su nombre a Roberto Racket, un pastor de por allí muy aficionado al cachondeo que tenía la puñetera costumbre de ocultarse en un roble hueco que crecía junto al camino y asustar a los viajeros diciendo chorradas. Aclarado esto podemos continuar. En el Valle del Roble Parlante hay una aldea de pastores y en esa aldea vivía Simón, nuestro protagonista de hoy. Cuando arranca nuestra historia tenía Simón 17 o 18 años y un primer vistazo nos sugeriría una personalidad bastante bobalicona. Un tipo larguirucho de esos a los que parece haberles tocado en suerte un cuerpo un par de tallas demasiado grande, aparentemente con más codos y rodillas que los demás mortales. El acné, los ojos soñadores y el labio inferior un poco colgante reforzaban ese aire bobalicón. Sin embargo Simón distaba mucho de ser tonto. Nunca, desde que comenzó a llevar rebaños a los pastos se le había perdido una oveja (¿que eso no tiene mérito? Probad a hacerlo y me contáis). Tenía unas manos hábiles y precisas y a cien pasos era letal con su honda; para los lobos de la zona, el olor de Simón era sinónimo de verdugones y contusiones graves. Sin embargo Simón tenía fama de tipo raro. En parte era su aspecto, tambíén contribuía el hecho de ser un tipo de pocas palabras, pero la mayor de sus rarezas a ojos de sus vecinos era que, no solo sabía leer, sino que había leído casi todos los libros que había en su aldea –un total de 25-; de hecho los había leído todos menos los tres que guardaba el boticario en el altillo del armario y que tenían bonitas ilustraciones. Esos nunca se los había prestado a Simón. De hecho ni siquiera la esposa del boticario conocía su existencia.

Simón podría haber terminado sus días feliz en la aldea, con sus ovejas, su honda, la limitada biblioteca del pueblo… y tambien con la hija del molinero que últimamente le hacía ojitos al verlo pasar. Sin embargo su padre era un tipo ambicioso, de esos empeñados en que sus hijos fueran «alguien en la vida». El buen hombre estaba íntimamente convencido de que su retoño era un poco bobo (tanto libro no podía ser bueno para el cerebro), sin embargo una carta lo cambió todo. El remitente era su primo-segundo Canuto que era cerero en Salannah; según contaba, después de múltiples gestiones e innumerables muestras de buen hacer había conseguido convertirse en proveedor exclusivo del Palacio Real. Su actual situación le permitía tomar bajo su techo, como aprendiz, a su sobrino preferido Samuel. En realidad el cerero necesitaba con urgencia alguien que le echara una mano en el negocio; a ser posible alguien que trabajara a cambio de comida, ropa y techo sin demasiadas exigencias pecuniarias. Por otra parte, su actual situación se debía al trágico fín que había tenido el anterior cerero real, gran aficionado al licor koh-koh! y que había terminado sus días, borracho como una cuba dentro de un caldero de cera caliente.

Esperó toda la tarde el padre de Simón rumiando su discurso, y cuando su hijo bajó de los pastos se sentó frente a él, se rascó el sobaco, puso sus manazas en los hombros del chico, y le dijo que fuera preparando el petate, que el día siguiente al amanecer salía arreando para Salannah. Una vez allí preguntaría por Canuto el cerero que era un familiar lejano y había triunfado en la vida y entraría a su servicio como aprendiz. A la mañana siguiente, cargado con un pequeño fardo que contenía dos mudas y dos quesos, Simón salio por primera vez en su vida del Valle del Roble Parlante camino de Salannah. Su padre, con lágrimas en los ojos contaba a todo aquel que quisiera escucharle que había colocado a su hijo nada menos que de «ayudante» en el Palacio Real.

Dos semanas despues, tras correr interesantes aventuras en las que conoció una extraña secta de feministas radicales e integristas y un ermitaño de la Orden del Perpetuo Ayuno que terminó con un queso y medio de una sentada, llegó por fín nuestro protagonista a Salannah, llamada por algunos «La Perversa». Era día de mercado y la ciudad hervía de actividad. Despues de preguntar un par de veces y de perderse otro par, una de las cuales fue a parar al corazón del barrio rojo de donde salio a toda velocidad y con palpitaciones, encontró por fin la cerería de Canuto; en cuyo cartel, pintado en una tosca tabla de madera campaba orgullosa una vela de sebo rematada por la Manzana Real de Salannah.

Los primeros meses en la cerería fueron muy duros para Simón. Su tío le hacía trabajar de firme, pues el consumo de velas del Palacio era grande. Además el ambiente asfixiante de la cerería no es el mejor lugar para alguien que ha pasado la vida respirando el aire puro de los montes. Sin embargo, una tarde Simón hizo un descubrimiento que contribuyó a dulcificar mucho sus días. Durante uno de sus paseos por la ciudad, despues de trabajar, nuestro protagonista encontró un edificio que hizo que su prominente labio temblara de emoción y sus ojos tristones se abrieran de par en par: la Biblioteca de Salannah, la mayor del mundo conocido: miles y miles de volúmenes escritos en todos los lenguajes conocidos o no. Hay quien cuenta que, entre sus fondos se encuentra el único ejemplar que existe escrito usando el alfabeto cambiante de Mynn, un país poblado por escritores locos. A Simón se le hizo la boca agua. Al principio los monjes que cuidan de la biblioteca observaron su aspecto torpón y desastrado con alarmada desconfianza. Sin embargo su actitud cambio al ver el trato amoroso, casi reverencial que daban a los libros sus ágiles dedos. Muy pronto nuestro protagonista pasó a formar parte del paisaje habitual de la Biblioteca. Tarde tras tarde, libro tras libro, Simón era feliz.

Pero la felicidad dura poco. Y en casa del pobre menos. Y Simón, la verdad, no tenía ni una puñetera moneda. El cerero le había prometido un sueldo a veces, sobre todo despues de tomar unas cuantas cervezas (nunca bebía nada más fuerte durante la jornada pues recordaba el final de su predecesor), sin embargo siempre parecía olvidarse de pagárselo. En realidad, Canuto el cerero distaba mucho de ser la persona ruin que estás imaginando, querido lector. Todos los viernes por la noche sin faltar uno, desde que el muchacho demostró su valía para el trabajo, depositaba en una cajita su sueldo. Para dárselo cuando encuentre una chica guapa solía decirse. No. Canuto no era mal tipo; simplemente su confianza en las cualidades ahorrativas de la juventud era igual a cero. Tambien conocía Salannah y sabía en qué podía transformar esa ciudad perversa, a un chico joven y curioso con unas cuantas monedas en el bolsillo.

La vida tranquila y feliz de Simón terminó con una fiesta. El Palacio del Rey organizaba una de sus mundialmente famosas recepciones e hizo un pedido especialmente importante de velas. Normalmente era Canuto quien servía personalmente los pedidos, sin embargo esta vez no tuvo más remedio que hacerse acompañar por su aprendiz para que le ayudara a transportar tanto material. Mientras subían resollando por las empinadas calles que daban a la Plaza del Manzano, donde estaban las puertas principales del Palacio, Canuto iba aleccionando a su sobrino. Haz lo que yo haga y sobre todo mantén la boca cerrada. No vamos a ver al Rey, no te hagas ilusiones, sin embargo los cortesanos: nobles, escribanos y demás ralea que vive en el Palacio son gente arbitraria y de poca paciencia. Una palabra o un gesto mal interpretados y terminaremos los dos colgando cabeza abajo de las murallas. Para llegar a los almacenes debemos cruzar el patio de armas que siempre está lleno de soldados, oficiales y gente así. Esos, además de tener poca paciencia van armados, así que tú a mirar al suelo y si te preguntan respondes con monosílabos seguidos de «Excelencia». Nada de ponerte chulito ni contestar con malas maneras. Entramos, hacemos la entrega y nos tomamos el resto del día libre.

Justo cuando se disponían a traspasar los portones dobes que daban al patio de armas, se escuchó un tumulto desde el interior. Canuto tuvo la agilidad necesaria para saltar a un lado mientras le gritaba a Simón que hiciera lo mismo. No tuvo tiempo. Un caballo de batalla finamente enjaezado salio por la puerta a galope tendido arrollando al muchacho, que rodó varios metros hacia el centro de la plaza y cayó despatarrado, rodeado de velas y un poco aturdido.

- Maldito patán – masculló el jinete mientras desenfundaba una descomunal espada y se dirigía hacia Simón con intención de aliviarlo del peso de la cabeza.
- ¡Mingus! Guarda tu espada. Está al sevicio de tu Rey, no al de tu mala leche – la voz autoritaria hizo que la espada se detuviera a escasos centímetros del cuello de Simón.
- ¿Cómo te llamas muchacho? – la voz autoritaria pertenecía a un personaje rechoncho que cabalgaba rodeado de una imponente escolta de guerreros encabezada por el tal Mingus.
- Mi nombre es Simón… -el cerero cruzó los dedos- Excelencia – el cerero se relajó un poco y la espada de Mingus volvio a salir a medias de su vaina.
- Veo que eres nuevo en la ciudad Simón, pues el trato adecuado para dirigirte a Nos, es Majestad.

A lo largo y ancho de la plaza se escucharon todo tipo de golpes, chasquidos y sonidos de cerámica rota al soltar cada cual lo que llevaba en las manos para arrodillarse; Canuto simplemente se desmayó. Despues se hizo un silencio sepulcral. Simón mientras tanto, seguía pugnando por ponerse en pie.

- Vuestra Majestad será magnánima con este, el último de sus siervos, por cometer imperdonable torpeza de no reconocer al Glorioso Iosephus – el último libro que había leído Simón en la biblioteca era un tratado de buenas maneras cuyo autor era un tal Sirius Ball.
- ¡Vaya! Aquí tenemos un cerero culto. Y si no he perdido mis aptitudes para conocer a las personas, tambien un hombre paciente ¡Mingus!
- ¿Majestad? – el rostro del jefe de la guardia era impenetrable… tal vez porque llevaba bajada la celada de su yelmo.
- Ocúpate de que alguien recoja las velas y reanime al cerero. Despues acompañarás a Simón ante el chambelán. Que lo bañe, lo vista de forma adecuada y lo presente ante Nos esta tarde. Será el nuevo Escuchador Real.

Poco despues, Canuto bajaba otra vez hacia la cerería; tenía aún las piernas temblorosas por las emociones, pero conservaba las fuerzas suficientes como para ir contando –con lágrimas en los ojos- a todo el que quería escucharle que había colocado a su sobrino Simón en el Palacio. Nada menos que en un puesto de Escuchador Real. De paso tambien preguntaba si alguien conocía algún chico joven y bien dispuesto que quisiera colocarse como aprendiz de cerero. Con muchas posibilidades de ascender.

La verdad es que el puesto de Escuchador Real no era ninguna bicoca. Era una figura creada por el Rey actual y que sustituía la figura del Bufón de la Corte. Como quiera que el Rey no tenía ningún sentido del humor había despedido a los bufones. Tambien se da la circunstancia de que Iosephus XII, llamado por algunos Pepe el Manzanita (no por el emblema real de Salannah, sino por su aspecto redondo y sonrosado), a pesar de sus aptitudes administrativas y guerreras, era un llorón y un quejica. Siempre andaba lloriqueando sobre lo incomprendido que era, lo solo que se sentía, lo injusto que era el mundo con él… sus nobles no tardaron en aprender a evitar esos arrebatos y huían despavoridos cada vez que el Rey entraba en sus fases lloronas. La situación llegó a ser insostenible, y se forjaron intrigas para eliminar al Rey y sustituírlo por alguien menos pesado. Consciente de que la cosa no podía continuar así, al chambelán real se le ocurrio una genial idea. Habría un solo hombre encargado de escuchar las cuitas del Rey. Lo escucharía, lo consolaría con su silencio, en definitiva ejercería de paño de lágrimas. Y así nacio la figura de Escuchador Real. Al principio la elección para ocupar un puesto tan aparente recaía en eruditos, científicos y hombres santos; sin embargo éstos no tardaban en declinar tal honor o dirctamente desertaban buscando tierras menos deprimentes. Es por eso, que poco a poco las exigencias para ocupar tan eminente lugar junto al Rey se fueron relajando; pues se descubrió que las personas pacientes y cortas de entendederas duraban más antes de abismarse en la más negra de las depresiones y hacerse necesario un relevo. Tan jodida era la cosa, que una de las asociaciones más influyentes de Salannah, la ADSD (Asociación por el Derecho a un Suicidio Digno) fue fundada por un antiguo Escuchador.

Simón no tardó en descubrir que su actual trabajo era una mierda. Comía y vestía mejor que antes, sí. Era bien considerado y respetado en la corte, pero no tenía ni un momento libre. Debía acompañar al Rey siete días a la semana y veinticuatro horas al día aguantando sus interminables y gimoteantes monólogos. Dormía en un jergón a los pies del lecho real, y si en mitad de la noche su patrón se despertaba sobresaltado por alguna pesadilla, su función era consolarlo y tranquilizarlo hasta que se volvía a dormir. Se había transformado en una especie de retrete emocional que no tenía ni un minuto de soledad y sobre todo echaba de menos a sus queridos libros; porque aunque el Palacio Real de Salannah contaba con una biblioteca que competía, si no en tamaño sí en calidad con la de la ciudad, Simón apenas la había visitado un par de veces, y siempre en el ejercicio de sus funciones de Escuchador por lo que solo se pudo permitir un par de miradas anhelantes a los libros que cubrían las paredes. Y fueron pasando los meses. Y Simón se hundía en negros pensamientos. Y llegó el otoño.

La ciudad se engalanó para celebrar el Día de la Manzana del Rey. Iosephus XII se preparó para tan importante acontecimiento y, contento como estaba con su nuevo Escuchador (le había durado él solo más que los tres anteriores) lo designó para que ejerciera de paje bajo el manzano. Escoltados por una nutrida compañía armada encabezada por el Capitán Mingus se acercaron al árbol mientras la multitud reunida en la plaza los vitoreaba ensordecedora. Iosephus (Pepe el Manzanita) se acercó solemne al árbol acompañado por Simón, encargado de sujetar el largo manto de armiño para que no arrastrara. Iosephus se situó bajo las ramas, alargó su regia mano… y la volvio a retirar contrariado. Retaco como era, la manzana más baja estaba fuera de su alcance. Se hizo un silencio ensordecedor en Salannah. Iosephus discurría la forma de salir airoso de la situación, barajaba la posibilidad de pedir un taburete para alcanzar la manzana, cuando Simón, solícito y servicial como siempre se adelantó y cogio la fruta. Su intención era buena: darle la manzana al Rey para evitar que se pusiera más en ridículo, sin embargo Iosephus la cagó. Dame esa manzana inmediatamente chico. La cara del Rey se había tornado púrpura y parecía a punto de estallar. Su expresión era codiciosa, mezquina e insegura, y un desagradable tic se había apoderado de su ojo derecho. Simón se quedó parado mirando aparentemente al vacío por encima de la cabeza del Rey. Pero no miraba al vacío. A la luz del amanecer, ante sus ojos se destacaban las doradas cúpulas de la Biblioteca de Salannah. Era allí donde había leído una curiosa historia sobre el manzano. Miró la cara del Rey que empezaba a amoratarse. Miró la manzana en su mano. Y le dio un descomunal bocado. Iosephus se quedó blanco, su mandíbula se descolgó y acto seguido volvio al púrpura mientras su mano buscaba el sable ceremonial para atravesar a Simón. ¡Viva el Rey! Gritó alguien en la multitud. La voz solitaria parecio provocar un alud sobre la plaza. La gente vociferaba y trataba de romper los cordones de seguridad al ver lo que Iosephus trataba de hacer. Mingus se había mantenido hasta entonces en un segundo plano. Medía mentalmente la distancia que lo separaba de Simón dispuesto a descargar un golpe fatal. Sin embargo tambien miró a la multitud airada. Sabía qué ocurriría si mataba a quien había comido la primera manzana. Lo destrozarían porque la tradición es la tradición y él estaría cometiendo regicidio. Así que, como era un hombre práctico y amante de las tradiciones actuó en consecuencia: desenvainó su espada, un rápido y efectista molinete, y la cabeza de Iosephus XII (alias Pepe el Manzanita) rodó por el polvo en el preciso instante en que éste terminaba de desenvainar su sable de ceremonia. Hecho esto, se volvio desafiante hacia la multitud y gritó: ¡Viva el Rey Simón I! La plaza se venía abajo.

Simón, durante su primer año fue un gobernante tan bueno como podría haberlo sido cualquiera con dos dedos de frente. A pesar de su desmedida afición por los libros conocía sus limitaciones: no era un hombre sabio. Sin embargo sí actuó como tal. Se rodeó de los mejores asesores y llegaron tiempos prósperos para Salannah. Durante su primer año de reinado tambien desaparecieron los Escuchadores Reales. Y llegó otra vez el otoño. Tiempo de manzanas.

La multitud llenaba inquieta la plaza. Los rumores, dichos, desdichos… recorrían al múltiple y peligroso animal. El comentario más repetido era algo así: no hay manzanas. El manzano está desnudo de frutas. ¿Cómo se va a elegir al Rey? Mientras tanto las puertas del palacio permanecían cerradas. Cuando se abrieron y apareció Simón rodeado por su séquito se hizo el silencio para ser sustituído a continuación por un amenazador murmullo parecido al del mar en los acantilados. Simón se acercó al manzano y lo miró como si lo viera por primera vez. Ciudadanos de Salannah – gritó- Como podéis ver este año no hay manzanas. El murmullo subio unos cuantos puntos. El Rey no comerá manzanas este año. Del murmullo general se escaparon algunos gritos airados mientras las frentes de los soldados de la guardia se cubría de un sudor frío. El Rey no es nada sin el pueblo –seguía Simón imperturbable-, y es por eso que el manzano no es del Rey sino del pueblo. Hoy, el Rey no comerá manzanas, pero el pueblo sí beberá toda la sidra que pueda aguantar. En ese momento entraron en la plaza dos descomunales carromatos tirados por bueyes. Estaban cargados de barriles y rodeados de sirvientes que comenzaron a repartir escudillas de sidra entre la multitud, que aulló regocijada.

Y así se terminó la tradición de las Manzanas reales. Simón, al poco de subir al trono había comprendido que eso de las manzanas era algo muy arriesgado y él prefería no arriesgarse. Tambien sabía lo peligroso que es contravenir la tradición. Así que lo que hizo fue matar una tradición creando otra mucho más placentera y menos peligrosa.

Inexplicable

Cuando una línea de pensamiento se fundamenta sobre una palabra de connotaciones negativas… mal empezamos. Poco positivo podemos esperar ahí. Es el caso de los charlatanes y soplagaitas varios de lo paranormal, pues basan todo su intrincado –aunque en esencia muy sencillo- imaginario en una palabra de estas características: inexplicable. Y claro, a partir de ahí hay barra libre. Una vez establecido –por ellos, claro- el carácter inexplicable de un hecho pueden inventarse cualquier explicación que se les ocurra por ilógica que sea. Si la explicación en cuestión se maquilla convenientemente con términos pseudocientíficos, se la rodea con una banda sonora convenientemente misteriosa e inquietante, y se le cuelga tamben la etiqueta de inexplicable, tenemos una bonita pescadilla que se muerde la cola lista para el consumo de cerebros ávidos de emociones emocionantes y poco dados a hacerse preguntas. Desde mi punto de vista esta es la esencia del pensamiento irracional: una panda de débiles mentales que opinan que, lo que ellos no pueden explicar es inexplicable. La desfachatez de estos elementos llega al extremo de ignorar, negar y ridiculizar con uñas y dientes las explicaciones lógicas que puedan hacerse sobre los fenómenos que ellos han etiquetado como inexplicables. Tampoco es que me extrañe, un misterio desvelado deja de ser un misterio lucrativo.

Y conste que en el caso de los que se lucran con este tipo de cosas, la situación me parece comprensible. Cada cual cuida de su negocio por inmoral que este sea. Y claro, esto se refleja en los magufillos de infantería, los que se dejan la pasta en publicaciones, cursos raros y CDs de autohipnósis; unas veces porque están sinceramente convencidos y otras con la nada inocente intención de parecerse a los supermagufos que tienen la exclusiva sobre la palabra inexplicable y, por supuesto sacarle el mismo rendimiento pecuniario que ellos. Desde mi punto de vista, se nota que un magufillo de infantería está maduro cuando empieza a inexplicar cosas. Verbigracia. Pongamos que al magufillo en cuestión se le aflojan los esfínteres emocionales ante la grandeza de un edificio grande como la Gran Pirámide. Como la formación histórica de nuestro personaje es comparable a la de un cojón de pato automáticamente viene la palabra que tan aprendida tiene a su mente: inexplicable. Si es un magufillo con cierta formación en lo suyo, la palabra mágica viene automáticamente seguida por el razonamiento de que es imposible que los egipcios levantaran semejante monumento: no puedo hacerlo yo ¿cómo podrían hacerlo ellos con lo antiguos que eran?. Y a partir de ahí viene la fase de barra libre; que si atlantes, que si extraterrestres, la imaginación y la imbecilidad marcan el límite. Y como todo el mundo sabe, la imbecilidad humana es una de las pocas cosas ilimitadas que existen… bien pensado debería dejar solo la imbecilidad y retirar la imaginación. Hay pocos magufos imaginativos –y suelen tener buenos índices de ventas por cierto-, el resto se limita a repetir los arrebatos lisérgicos de aquellos elevándolos a la categoría de hechos comprobados: inexplicable.

Si a estas alturas de la fiesta llega el detractor de turno y se le ocurre decir que tal o cual hecho inexplicable está más que explicado entramos en la fase buenrollista. Chaval, tienes que abrir tu mente. ¡Coño! Si tengo la mente abierta. Tan abierta la tengo que soy capaz de reconocer que existen cosas en este universo que no soy capaz de comprender; el funcionamiento del encendido electrónico de mi coche sin ir más lejos. Sin embargo no las considero inexplicables. Soy consciente de mi pequeñez, de mis limitaciones intelectuales. Y oye, tan feliz. Esta actitud me permite seguir aprendiendo cosas. También soy consciente de que en el momento en que me atasque y reconozca que algo es inexplicable, habré dejado de aprender. No porque lo sepa todo, sino porque lo categórico de la palabra cierra todas las salidas que no pasen por la fantasía. Ojo, he dicho fantasía, no imaginación. Aunque son palabras emparentadas definen conceptos distintos.

Los amantes del misterio, lo que normalmente buscan es el misterio en sí. La descarga de adrenalina que da el ver una sombra por el rabillo del ojo e imaginar que es un fantasma, al escuchar extraños sonidos en la medianoche de un caserón abandonado, la chapita corriendo por el tablero de la Oui-ja. Vale, de acuerdo. Como hobby no le veo ningún problema. Hay gente que juega al rol consiguiendo los mismos resultados, otros coleccionan orinales o cacas de perro y oye, tan felices. Lo que me jode es, que gentes cuadriculadas incapaces de pensar por sí mismas, que repiten cual loritos las disparatadas teorías de sus gurús, que consideran inexplicable todo lo que desde su cojera intelectual no pueden, o no quieren comprender; que esa panda de pardillos me diga que abra mi mente e intente hacerme comulgar con las mismas ruedas de molino que ellos se tragan sin pestañear. Eso me toca la bisectriz sobremanera.

El vieje de Hermes.

Las cuerdas cruzan el universo en todas sus direcciones y dimensiones. La mayoría de ellas tienen el grosor de un cabello pero las hay como galaxias. Las hay espaciales y las hay temporales. De las temporales poco se sabe, pero las espaciales forman bucles, anillos, nudos; algunas se extienden a lo largo de miles de años-luz. Las cuerdas no están hechas de materia; al menos de lo que nosotros llamaríamos materia. Son reminiscencias, fósiles cósmicos anteriores al Big Bang. Por ello no están sujetas a las leyes del tiempo y la distancia que atan al resto del universo. Una cuerda es la misma cosa aquí que a mil años-luz. Por eso contando con la tecnología adecuada y apoyados en cálculos increíblemente complejos, algunos artefactos fabricados por el hombre pueden penetrar en las cuerdas y aprovechar su cualidad omnipresente para aparecer instantáneamente en casi cualquier lugar del universo. Las cuerdas temporales son menos conocidas. Los pocos valientes que se han arriesgado a penetrar en ellas han aparecido en… por ejemplo los tiempos de Jesucristo esparcidos en una superficie de miles de kilómetros y transformados en polvo subatómico. Gajes del oficio.

La lanzadera Hermes es un jinete de las cuerdas en misión de exploración. Está construida en dvrión extraído en las lunas de Júpiter, sus cinco superordenadores son capaces de calcular un salto en las cuerdas con un error máximo de centímetros. Sus dispositivos de seguridad hacen rutinario un salto cuántico que, hasta hace un par de años era un viaje casi suicida. Las unidades de contención donde se introduce la tripulación mientras dura el salto, transforman en una ligera presión la brutal fuerza que se despliega al entrar en una cuerda. La lanzadera Hermes representa la máxima tecnología de la todopoderosa Agencia Espacial de las Federaciones Solares; y la lanzadera Hermes está cayendo envuelta en llamas sobre un planeta desconocido que no aparece en ninguna carta.

El teniente George está pegado al monitor de comunicaciones y a la palanca de mando. También está pegado a las paredes de la sala de control y hay un poco de él flotando por el pasillo principal y por la sala de recreo. Una fisura minúscula en su unidad de contención pasada por alto por un técnico poco meticuloso ha transformado al teniente George en algo parecido a la mermelada de fresa y ha desbaratado los cálculos haciendo que la lanzadera abandone la cuerda muy lejos del destino previsto. El resto de la tripulación, un hombre y una mujer, se prepara para abandonar la nave en la cápsula de salvamento. La entrada en la atmósfera del planeta es tan violenta como cabe esperar y el aterrizaje es también tan violento como cabía esperar. Sin embargo, aparte de una brecha en la frente del hombre y algunas contusiones están los dos enteros. El dvrión y los paracaídas han cumplido con su cometido. Sueltan sus arneses y se abrazan entre lágrimas y palabras de ánimo: están vivos y mientras hay vida hay esperanza. No saben en ese momento que existen algunas cuerdas capaces de negar hasta lo indecible ese optimista refrán. Están vivos, sí, pero no han tenido suerte.

El hombre y la mujer contienen la respiración mientras los sensores instalados en el exterior de la cápsula toman sus lecturas durante un tiempo que les parece interminable. De pronto, el monitor comienza a poblarse de letras y listas; todas verdes: temperatura exterior 27 grados con posibles fluctuaciones de ± 10 grados, gravedad de 1.3 g (que equivale a 1.3 veces la gravedad en la Tierra a nivel del mar). Composición de la atmósfera casi equivalente a la terrestre… es un planeta perfectamente habitable. Una playa, un daiquiri y unos cuantos cocoteros y podrían sentirse como perdidos en alguna paradisíaca isla del Pacífico. Un zumbido seguido de un bip bip bip monótono y tranquilizador les indica que el transmisor de emergencia se ha puesto en marcha y utiliza las cuerdas para transmitir el SOS con sus coordenadas. En un par de semanas aparecerá la nave de rescate. Una línea del monitor parpadea en amarillo llamando la atención del hombre. El sensor geométrico parece estar dañado porque sus lecturas dan una antigüedad para el planeta de tan solo cinco días. Sin embargo olvida pronto el detalle; tienen otros problemas. Los víveres están bien pero los tanques de agua han sido dañados por el impacto y quedan apenas un par de litros. Tampoco es un gran problema; los dos han sido entrenados en métodos de supervivencia y en un planeta como ese debe haber agua: y si la hay la encontrarán.

Las fijaciones de la puerta resoplan al soltarse y ésta cae hacia fuera entre una nube de vapor. Los astronautas salen dando traspiés. La gravedad superior a la terrestre se deja notar y tardarán algún tiempo en acostumbrarse. Fuera está oscuro y el cielo se ve tachonado de estrellas desconocidas. De pronto las estrellas fluctúan y parecen apagarse mientras el cielo se cubre de todos los colores del arco iris y algunos más que se mueven y se mezclan en colores más extraños todavía. El cielo multicolor parece alejarse y desplomarse sobre ellos a la vez, mientras sienten un ahogo y un vértigo que les obliga a cerrar los ojos. El suelo se mueve sin moverse y cuando se atreven a volver a mirar solo los contemplan las estrellas luminosas y lejanas mientras el horizonte enrojece en un amanecer. En el monitor, la lectura del sensor geométrico se pone a cero.

El amanecer les muestra un paisaje árido y desolado pero de una inmensidad sobrecogedora. Han caído en un valle rodeado de montañas que se elevan, como amontonadas unas sobre otras hasta tal altura que los astronautas llegan a sentir al mirarlas una leve sensación de claustrofobia. Hacia el este, o al menos en la dirección en que está saliendo el sol, el valle va descendiendo y ensanchándose hasta transformarse en una inabarcable llanura; en esa llanura, la luz del amanecer se refleja con un brillo acerado y cegador: agua. O al menos algo líquido. No parece encontrarse a más de veinte o treinta kilómetros así que, cargando los pertrechos y víveres más imprescindibles, y mimando su reserva de agua se ponen en camino.



Cuando el sol, o más bien la vieja estrella anaranjada que ilumina ese planeta se oculta entre las montañas, los astronautas llegan a dos conclusiones importantes: efectivamente la llanura líquida y azul que se extiende ante ellos parece estar formada por agua. La segunda es que no van a alcanzarla ese día. La enormidad de los paisajes que los rodean y la reverberación del aire sobrecalentado han engañado su sentido de la perspectiva; su capacidad para medir distancias se mostró muy optimista por la mañana y no llegarán al agua ese día. Posiblemente tampoco lo hagan al día siguiente. El durísimo entrenamiento al que se han visto sometidos muestra ahora su valía. No desesperan. Deciden reponer fuerzas y desplegar su vivac para pasar la noche.



El quinto día los astronautas están al borde de la muerte. Atrás quedaron los víveres, los equipos y gran parte de la ropa. Caminan arrastrando los pies y los ojos febriles con una única idea en sus cerebros al borde del colapso: agua. La brillante llanura azul parece casi al alcance de la mano. La suave brisa les trae la sensación de humedad y el sonido del oleaje. Esto hace su sed aún más atormentadora. El agua está en verdad casi al alcance de la mano. Apenas una hora de camino más y podrían beber hasta hartarse. Sin embargo no van a llegar. La mujer camina unos metros delante del hombre y parece en mejores condiciones. Su cuerpo más menudo y fibroso es menos fuerte pero también más resistente y lo que es más importante; requiere mucha menos energía. El hombre está mucho peor. Se tambalea a punto de caer en cada paso. Sus labios cortados se han replegado y dejan a la vista los dientes en una mueca lobuna. Desde la mañana no puede hablar, no puede pensar, y sigue caminando inmerso en un tormento indescriptible víctima de alguna misteriosa señal que su cerebro casi inoperante ya, sigue enviando a sus piernas. La mujer oye un ruido a su espalda y mira hacia atrás. El hombre ha caído. Durante varios minutos duda. Mira alternativamente al compañero caído y a la salvación líquida que tiene delante. Está cansada, muy cansada. No puede pensar con claridad. Pero no va a abandonar a un compañero. Vuelve y con las escasas fuerzas que aún le quedan trata de levantarlo susurrándole lo que ella pretende que sean palabras de ánimo y no son sino balbuceos. Su lengua seca e hinchada no puede articular ningún sonido inteligible. Él respira superficialmente. Parece sentirse bien. Descansando. Ella también necesita descansar. Sí, descansará un momento y luego continuará. Conseguirá agua y volverá a buscarlo. Estarán salvados. Cae la oscuridad.



El primer pensamiento del hombre al despertar es que el agua no debe estar ya lejos. La recuerda casi al alcance de la mano pero no recuerda haber llegado. El día anterior está confuso en su memoria. En esos momentos que separan el sueño de la vigilia, su mente confusa echa algo de menos. Algo que debería estar y no está: la sed. Durante los últimos días la sed había crecido hasta ocupar todo su pensamiento. Ahora ha desaparecido. Sí, debieron llegar al agua por la noche. Sin embargo hay otra nota discordante, algo que, al contrario que la sed está y no debería estar: su chaqueta de supervivencia. Está seguro de haberla abandonado dos o tres días atrás. Se incorpora bruscamente. Ve a la mujer también sentada, también completamente vestida. Está llorando y en su mirada hay algo parecido al más absoluto terror. Sigue la mirada de ella y se queda sin aliento. Su vista se nubla. No puede ser. La cápsula de salvamento está a menos de cinco metros. Todo está como lo dejaron. La puerta caída, los paracaídas ondeando ligeramente con la brisa y el monótono bip bip bip del transmisor de emergencia cumpliendo con su misión. En el monitor una línea parpadea en amarillo. Marca trece minutos. El hombre aún no comprende. La mujer llora porque sí ha comprendido. Al fin y al cabo, cuando estudiaba se interesó especialmente por las cuerdas temporales.

Cuando se calma trata de explicarle al hombre la situación. Al ocurrir el accidente con el contenedor del teniente George todos los cálculos se trastocaron y no salieron de la cuerda en el lugar previsto. No sabe dónde, ni siquiera cuándo han salido. Lo que parece estar claro es que han caído en un planeta o en la imagen dimensional de un planeta atrapado en una cuerda de tiempo que forma un bucle de cinco días. Por eso están otra vez junto a la cápsula, por eso no tienen sed, por eso a él le vuelve a sangrar la brecha que se hizo en la frente durante el aterrizaje. El problema son los recuerdos. Los dos recuerdan perfectamente lo ocurrido durante los cinco días “anteriores”. La mente, el alma, o como quieran llamarla no parece verse afectada por esos saltos hacia atrás en el tiempo como sus cuerpos o el resto de los objetos, que parecen volver donde estuvieron dentro de un radio de unos diez metros. Su mente tiene cinco días más de experiencia pero sus cuerpos han vuelto al mismo estado. Son dos inmortales con una esperanza de vida de cinco días.

Sin quererlo están viviendo el sueño humano máximo. La inmortalidad. Y ahora saben que el sueño no es tal. Ahora saben que la inmortalidad supera en horrores a los infiernos de Dante. La inmortalidad es desconcierto, desesperación, y sed. Cinco días horribles y luego, después de un amanecer multicolor volver a empezar. Incluso la muerte, el olvido les están vedados. Un día el hombre no puede aguantar mas y después del amanecer entra en la cápsula y abre la caja donde se guardan las armas. Ella escucha el disparo y comprende antes de verlo tendido en el suelo con la cabeza destrozada. Tal vez sea ese el mejor camino. Sin pensarlo, sin llorar, se acerca; coge la pistola de la mano ensangrentada de él y se vuela la cabeza.

La nave de salvamento completa su salto quántico justo doce días después de haber recibido el SOS. Orbitando en torno a un planeta azul y verde parecido a la Tierra buscan el origen del bip bip que les ha traído hasta aquí. Siguiendo la señal que emite la cápsula aterrizan en un valle rodeado de montañas coronadas de nieve. Ante ellos se extiende una selva impenetrable y deben usar los machetes hasta dar con los restos de la cápsula. Parecen haber pasado muchos años. La vegetación ha invadido todos los recovecos y sobre el monitor aun encendido se extiende una capa de musgo verde. En los asientos dos cadáveres les sonríen. Los huesos están descarnados y solo algunos jirones de uniforme y las chapas de identificación enmohecidas les confirman que no se han equivocado. Aquí están los náufragos que vinieron a buscar. Sin embargo parecen llevar cientos de años muertos. No existe explicación para el fenómeno y el informe con el que volverán a la Tierra mantendrá ocupados durante años a los teóricos de las cuerdas temporales. Eso es algo que no interesa al capitán de la nave de salvamento. El hace su trabajo embalando dos esqueletos sonrientes en bolsas de plástico, recogiendo el equipo y volviendo a la Tierra.



El hombre despierta bañado en sudor. Su corazón desbocado amenaza con salírsele por la boca. Respirando con dificultad se horroriza al recordar la pesadilla. Algo pringoso le corre por la frente y se lo limpia distraído mientras trata de recordar dónde esta. Mientras mira su mano ensangrentada recuerda. Y se desespera. Los sollozos de su compañera se confunden con un bip bip bip repetitivo y ominoso.

(N. del A. : Esto que has leído, amable lector (hola mamá, hola ard) es ciencia-ficción, incluso ciencia-ficción un poco torpe en cuanto a los conceptos físicos y astronómincos que maneja. O sea: no es real. Lo digo porque la gente hoy en día se traga cada cosa...